EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LA MUERTE (V Domingo de Cuaresma)


Estamos en el último tramo del itinerario cuaresmal, que ha estado marcado por una grandísima tribulación. Antiguamente, este domingo se llamaba de Pasión, introduciéndonos ya a Jesucristo crucificado, en quien están la gloria y la salvación para todos los pueblos.

En este domingo leemos el texto de la resurrección de Lázaro, último signo de los que aparecen en el Evangelio de Juan. Después de esta resurrección, el Sanedrín deliberó y decidió matar a Jesús. Decidieron también matar a Lázaro, que era la prueba viva de la dignidad de Jesucristo, Señor de la vida y Señor de la muerte. El relato muestra a Jesús en esta doble vertiente, que es una sola: verdadero Dios y verdadero hombre.

Ante todo, el evangelista insiste en su amistad con lázaro y sus hermanas, Marta y María. Subraya que Jesús los amaba y, por eso, quiso realizar este gran signo, este gran prodigio para gloria de Dios. “Lázaro, nuestro amigo, está dormido, voy a despertarlo”. Y, así, habló a los discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física. Dios considera la muerte un sueño del que se puede despertar. 


Jesús tiene el poder absoluto sobre la muerte porque Él es la vida misma. Se ve cuando devuelve la vida al joven hijo de la viuda de Naín o cuando resucita a la hija de Jairo y dice que en realidad no está muerta, sino dormida. La muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar con su poder inmenso. Es más fuerte el amor que la muerte y Dios es amor. Y este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una verdadera compasión sobre el dolor de la separación. Se conmovió profundamente, se turbó y, por último, lloró. Hoy lloramos nosotros por todos los que están muriendo por esta pandemia. La muerte está golpeándonos muy cerca, en nuestros barrios y en nuestras familias.

El corazón de Cristo es divino y es humano, pues en él Dios y hombre se encontraron perfectamente, sin separación y sin confusión. Cristo Jesús es la encarnación de Dios que es amor. Es misericordia, ternura materna y paterna, del Dios que es la vida. Por eso, declaró solemnemente a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá. ¿Crees esto?”.  Esa pregunta nos la dirige Jesús a cada uno de nosotros. Es una pregunta que ciertamente nos supera y más en las circunstancias que estamos viviendo. Supera nuestra capacidad de comprender. Se nos pide abandonarnos a Él, como Él se abandonó al Padre. Reposando en el pecho de Jesús, meciéndonos en él, comprenderemos lo que es la muerte que se torna en vida.

            La respuesta de Marta es ejemplar: “Sí, Señor. Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que tenía que venir al mundo”. También nosotros creemos, a pesar de nuestras dudas y oscuridades, que ahora son muchas. Es mucho el sufrimiento y la tristeza y muchos son los interrogantes. A pesar de todo creemos en ti, porque Tú solo tienes palabras de vida eterna. Nos das una esperanza de vida más allá de esta vida corta. Esa vida que nos das es la auténtica, la plena, el reino de la luz y de la paz, la vida eterna junto a ti.    

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