LA MIRADA COMPASIVA Y MISERICORDIOSA DE DIOS (Domingo IV de Cuaresma)
Dice el Señor: “No te
fijes en las apariencias”. Dios no ve como los hombres, ve el corazón. Cuando
ahora nos vemos despojados de seguridades, caminando por cañadas oscuras,
llenos de incertidumbres y de miedos, el Señor ha llegado al fondo de nuestro
corazón. Nos acompaña en la oscuridad en la que estamos inmersos, sosteniendo
con su presencia luminosa nuestro desconcierto.
Nos da la confianza de
que esto pasará y la luz de Cristo volverá a iluminar nuestra existencia y
nuestra historia común. Somos frágiles, hombres y no dioses, y quizás creíamos
que los logros conseguidos eran nuestros y no del Señor, que nos da las
capacidades y también los dones. El camino es la humildad, porque nos pone en
nuestro sitio y, como el ciego del evangelio de hoy, debemos dejarnos restaurar
por el Señor. El ciego se dejó hacer y el Señor tuvo que trabajar formando
barro y saliva y aplicárselo a los ojos y después lavarse en la piscina de Siloé.
Él es el enviado para
traer la luz a nuestra humanidad. El relato del evangelio de hoy (Jn 9,1-41) culmina
con el diálogo escueto de Jesús y el ciego. “¿Crees en el Hijo del hombre?” es
la pregunta clave para el que desea con generosidad del corazón, acercarse a
Jesús, conocerlo y amarlo. Nadie puede conocer por sí solo la identidad del
Señor. Necesitamos siempre ser acompañados.
La referencia a la vista
y al oído supone la apertura de los sentidos. La apertura sincera del que busca
ha de conducir al encuentro con el Señor. “Creo, Señor”: el ciego cree y
nosotros hoy, ahora, sintiéndonos humildes, pequeños, perplejos, sobrepasados, necesitamos
más que nunca la fe y la esperanza de que el Señor iluminará las tinieblas en
las que estamos sumergidos. Cuando nos sentimos pequeños y vulnerables seguimos
siendo los hijos amados de Dios.
En esta fragilidad y en
esta debilidad en la que vivimos experimentamos la mirada compasiva y misericordiosa
de Dios. Esta enfermedad que hunde nuestras seguridades nos facilita el encuentro
con el Señor. Que Él nos ayude a caminar siempre guiados por el resplandor de su
luz.
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