REORIENTAR LA VIDA


En estos días de dificultad y desasosiego hay una clave que nos puede dar luz desde la perspectiva creyente: la predicación y la práctica de Jesús son una lucha continua contra los poderes de la muerte, que son contrarios al Dios de la vida. Jesús se pone siempre al lado de los que sufren.

En nuestra sociedad, ante el mal y el sufrimiento domina la preocupación por la culpabilidad. Siempre aparece la búsqueda prioritaria del culpable y lo estamos empezando a palpar en esta triste pandemia. Pero los evangelios se preocupan mucho menos por el culpable que por la ‘víctima’, por aquel que se encuentra bajo la presión del mal. Los dichos y los hechos de Jesús pueden ser interpretados como lucha continua contra los poderes del mal y de la muerte, que son contrarios a Dios.

Jesús anuncia al Dios que ama la vida y a las personas. Y en los evangelios encontramos constantemente expulsiones de espíritus malignos, curaciones e incluso revivificaciones. Si las enfermedades, el sufrimiento y la muerte fueran resultado de un obrar de su Padre, que nos castigaría o pondría a prueba con dolor y enfermedades, entonces Jesús habría actuado siempre en contra de la voluntad de Dios. Lo que hace Jesús es estar al lado de su Padre, que ama la vida

Esta enseñanza y esta forma de vivir llevan a Jesús a la muerte. Esta no es un accidente, porque es consecuencia de que Jesús se mantiene firme en su mensaje del Dios que ama la vida. Una pregunta que nos puede cuestionar, en estos días previos a la Pascua, es cómo aceptamos nosotros que el seguimiento puede implicar sufrimiento. En nuestras sociedades modernas, que pretenden esconder tantas veces la realidad del sufrimiento esta pregunta nos interpela frontalmente. Las rupturas que nos puede suponer colocar otro centro en nuestra existencia nos pueden liberar, pero también causar dolor si falta discernimiento.

En este contexto, nos podemos poner en la piel de los discípulos que acompañan a Jesús en el camino hacia Jerusalén, hacia su muerte y resurrección. Su incomprensión de lo que está en juego es muy grande. No han entendido lo más esencial del discipulado: la misión de Jesús es entregar la vida por completo. Esta esencia del ministerio de Jesús, clave de su destino, Marcos la va marcando en su evangelio en los tres anuncios de la pasión. 


Hay una palabra clave en el primer anuncio: “si alguno quiere venir detrás de mí, que cargue con su cruz”. Aquí está la esencia del discipulado. El desafío de los discípulos es mirar la realidad como lo hace Jesús, que es entregando la vida por completo. Lo que nos encontramos es que no están dispuestos a aprender de Jesús los caminos de Dios. El mesianismo que tienen en su cabeza es de poder y grandeza, por eso el camino de Jesús les escandaliza. Quieren usar a Dios en su propio provecho. Frente a eso, Jesús quiere que descubran que vivir para el Reino significa dar la propia vida, donarla sin pedir nada a cambio.  

Tras el primer anuncio de que tiene que padecer mucho, Pedro toma la palabra y le increpa. Hay una inversión clara: el discípulo se erige en maestro del Maestro. Pedro pone a Jesús a su propio servicio, le dice que no es ese el camino y por dónde debe ir.  El gran pecado de Pedro, que representa a todos los discípulos y a nosotros mismos, es entender la llamada al discipulado desde nuestros esquemas.

En ese momento es cuando Jesús les instruye e introduce un elemento nuevo de su destino: la gratuidad. El texto habla de negarse a sí mismo (“si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”). ¡Cuántas veces hemos utilizado esta expresión para resignarnos ante el dolor! Cargar con la cruz no es la aceptación pasiva del dolor ni mucho menos buscarla deliberadamente, sino reorientar la vida:

- reorientar la vida desde el consentir que algo de Jesús pase a nosotros; el énfasis no es la carencia o el dejarlo todo, sino la alegría de encontrar el tesoro, la perla escondida

- reorientar la vida es compartirla

- reorientar la vida es colocar otro centro en la existencia

Jesús también dice que quien quiera ganar la vida, la pierde. ¡Qué paradoja! Quiere decir que aun en medio del dolor hay que vivir plenamente lo humano, que alcanza su plenitud cuando está lleno de Dios. Y vivir intensamente la vida es dejar que Dios la ocupe. La plenitud de lo humano solo es posible si Dios ocupa todo el espacio en nuestro ser, incluso en medio de nuestro sufrimiento.

Para esto, aunque lo que hoy nos rodea sean oscuridades e incertidumbre, es necesario levantar la mirada y poner el foco en nuestra relación con la creación y con el creador. Es, en otras palabras, entrar en la paradoja que nos propone Jesús: ganar la vida siendo para los demás.


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