SER COMO DIOS QUIERE QUE SEAMOS


En estos días, la liturgia se va centrando cada vez más en la Pasión. Al final de la vida de Jesús, como consecuencia de su manera de vivir le llega una manera de morir, que es considerada como ignominiosa y despreciable por sus contemporáneos. El error de los que le acusaban de blasfemo por creerse Dios sin serlo era no reconocer su verdadera condición. Muchas veces por ignorancia nos dejamos llevar por las apariencias e impresiones superficiales y no nos damos cuenta de lo que hay detrás de la realidad.

En el libro de la Sabiduría (capítulo 2) tenemos ese hermoso pasaje que nos cuenta que el justo, que es quien representa la sabiduría que viene de Dios, es visto de una manera distinta del resto. Funciona de una manera diferente de los demás. Si realmente queremos asemejarnos, o por lo menos seguir el camino de Jesús, tenemos que ser un poco distintos. No porque seamos mejores, sino porque tenemos que estar un poco más cerca de lo que Dios quiere que seamos. Esa es la clave: ser como Dios quiere que seamos.


Eso significa muchas veces ser distintos de lo que es habitual en medio de nosotros. Es dejarnos llevar por unos valores distintos. Esos valores, que son los del evangelio, muchas veces no serán comprendidos por los demás. Es ir un poco contracorriente, porque el cristiano no debe ser conformista. Eso puede incomodar, a nosotros y a los demás, pero solo así podremos transparentar, aunque sea parcialmente, la presencia de aquel que nos envía.

Una clave para vivir estos días es confiar en que después de la muerte viene la resurrección. Vendrá la luz que nos viene de Dios. Es importante que sepamos de quién nos fiamos y que sepamos también a quién queremos conocer. El Cristo al que decimos conocer es, sobre todo, alguien que manifiesta amor y esperanza en medio de la dificultad.  

 

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