AMAR Y CONOCER
En
esta última semana del tiempo de Cuaresma, en la que seguimos centrados en el
tema de la Pasión y la resurrección de Cristo, nos encontramos con dos lecturas
muy interesantes. La primera es la promesa a Abrahán, el padre de todos los
pueblos, aquel al que por ser fiel a Dios se le hizo padre de muchedumbre, que
es lo que significa su nombre. Es importante darnos cuenta de que si somos
fieles a las promesas de Dios daremos fruto abundante, como Abrahán.
¿Cómo
dar fruto abundante en estos tiempos que estamos viviendo, en los que no podemos
ni salir de casa? Podemos hacer muchas cosas, como evitar roces o tener
paciencia con los que tenemos más cerca, divertirnos, reírnos, cantar juntos.
Podemos aprovechar este tiempo para estar más juntos y poder hacerlo con
alegría, dentro de la dificultad.
Tenemos
también que sembrar esperanza. Estos días se nos puede colar lo contrario, que
es la desesperanza. Este tiempo se nos está haciendo largo y todavía queda
mucho por venir. Son muchos los muertos, los enfermos, las dificultades. Son
muchas también las familias que están pasando necesidades y la situación cada
vez nos preocupa más. Pero eso no debe poder con la alegría de ser seguidores
de Jesús para anunciar su amor.
En
el Evangelio de Juan encontramos la discusión de Jesús con los fariseos sobre
Abrahán, que le cuestionan cuando dice que “quien guarda mi palabra no verá la
muerte para siempre”. Es importante que nos demos cuenta de cómo Jesús lo que
viene a traer es una esperanza que puede a la desesperanza de los judíos de su
tiempo. Una desesperanza que se aferraba a personajes históricos pasados, sin
darse cuenta de que Dios está vivo. Dios es el que nos da la vida y tenemos que
pensar más en el presente que en el pasado.
Tenemos
que aferrarnos al momento que Dios nos da, que siempre es el momento más importante.
Hay que aprovecharlo de la manera en la que Dios nos ilumine. Ese conocer a
Dios y ese no conocer de los judíos nos pone en el camino del conocimiento que
abre al amor. Lo que conocemos lo amamos y lo que amamos lo conocemos más
profundamente. En nuestra tradición cristiana las dos vertientes están unidas:
el amor y el conocimiento. Solo se conoce lo que se ama del todo y solo se
puede amar lo que se conoce. Amamos a Dios conociéndole y le conocemos amando.
Es la doble vertiente de la fe: la comprensión y el amor, que es la práctica de
aquello que creemos.
Pidamos
a Dios que nos dé en el día a día, y en estas circunstancias complejas, amar y
conocer a los que tenemos alrededor y a Él. Y conocer y amar para poder ser cauce
de misericordia, que es a lo que Dios nos envía.
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