Charla cuaresmal: Éxodo y éisodo

CHARLA CUARESMAL
MARTES SANTO 7-4-2020
ÉXODO Y ÉISODO

            En esta peculiar Semana Santa que estamos viviendo, os invito a ponernos a la escucha de la Palabra de Dios. Muchos han sido los momentos de sombra en la historia de Israel y del mundo en los que esta Palabra ha ofrecido luz, sirviendo de intérprete de los hecho vividos. Os propongo reflexionar y orar en torno a algunos temas actuales bajo dicha luz.
            Lo primero nos centraremos en el éxodo del pueblo de Israel, con el inicio de dicho éxodo acontecido en la pascua judía. Después, veremos como Jesús realiza un nuevo éxodo y una nueva pascua, dando un nuevo, mayor y más profundo sentido a lo experimentado por Israel. Veremos también cómo los cristianos estamos invitados a recorrer, siguiendo a nuestro Maestro, ese nuevo éxodo y esa nueva pascua. Terminaremos reflexionando en cómo, en nuestras circunstancias actuales, podemos, si queremos, realizar un éxodo distinto, que más bien llamaremos éisodo, como ya explicaremos, y que nos permitirá celebrar la misma pascua que celebramos siempre, pero adaptada a la peculiar situación actual.
            Cuando hablamos de éxodo, todo cristiano o judío con un mínimo conocimiento de su propia tradición religiosa sabe de qué estamos hablando. Es una palabra de origen griego, formada por el prefijo “ex”, que significa aquí “fuera”, y “odos”, que significa “camino” o “viaje”, y que se puede traducir por “salida” o “viaje hacia fuera”. Este término es el usado para referirse a la salida de Israel de la esclavitud de Egipto realizada por Dios a través de su enviado Moisés, y será también el término usado por los traductores de la biblia griega de los LXX para designar al segundo libro de la Biblia. Este será un viaje de salida que durará 40 años a través del desierto, cargado de alegrías y penurias, que marcará profundamente la identidad del pueblo judío. Se refiere no sólo a una salida histórica de contenido político, donde el pueblo judío se libra del yugo de Egipto, sino principalmente a la interpretación que hace dicho pueblo de ese acontecimiento a través de su fe: cómo Israel descubre la presencia de su Dios guiando sus pasos hacia la Tierra Prometida, y revela un Dios que se hace presente en la historia de su pueblo como “Salvador”. El acontecimiento que funciona como detonante de esta salida de Egipto, como nos narra el propio libro del Éxodo, será la “pascua”, que significa el “paso” de Dios, su intervención directa para hacer posible el comienzo de dicha salida de Egipto. En esa pascua, después de una serie de plagas que Dios manda a Egipto, se extermina a los primogénitos de Egipto y se señala al pueblo de Israel por medio de la sangre de los corderos rociada en las jambas de las puertas para que el ángel exterminador pase de largo ante sus casas. Esa pascua, como momento de intervención de Dios en favor de su pueblo, será recordada generación tras generación por medio de una de las fiestas más importantes del calendario judío, con todos los ritos de bendición, alianza y salvación que simbolizan dicha intervención salvadora de Dios. Podemos leer en el capítulo 13 del libro del Éxodo:

Moisés dijo al pueblo: 
— Acordaos de este día en que salisteis de Egipto, de la casa de la esclavitud, pues el Señor os ha sacado de allí con mano fuerte. No comeréis pan fermentado. Salís hoy mismo en el mes de Abib. Cuando el Señor te haya introducido en la tierra de los cananeos, de los hititas, de los jeveos y de los jebuseos, la que había jurado a tus padres que te entregaría, tierra que mana leche y miel, celebrarás este rito en este mes: Durante siete días comerás panes ácimos y el día séptimo será fiesta en honor del Señor. Durante los siete días sólo se comerá pan ácimo y no se verá nada fermentado ni levadura en todo tu territorio. Ese día lo transmitirás a tus hijos, diciendo: «Esto es por lo que me hizo el Señor cuando salí de Egipto». Este rito será como señal en tu mano y como memorial ante tus ojos para que la ley del Señor esté en tu boca, porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto. Guardarás esta ley año tras año, en la fecha establecida 
(Ex 13,3-10)

No vamos ahora a profundizar más en éstas tradiciones judías de éxodo y pascua, que darían para mucho, como por ejemplo el segundo éxodo que supuso la deportación en Babilonia y la vuelta a la propia tierra narrada por los profetas. Estas tradiciones no son más que un preámbulo para lo que vamos a desarrollar en adelante. Con lo visto, podremos entender bien lo siguiente.

            A toda esta tradición judía, Jesús de Nazaret le da un significado nuevo, actualizado al momento histórico que vivió el pueblo de Israel y toda la humanidad hace dos mil años con el que confesamos como Hijo de Dios. Y es que Jesús realiza un nuevo éxodo, en este caso no sólo del pueblo judío, sino de toda la humanidad. Una nueva salida, en este caso, de la vida de pecado a la que estamos aferrados, y que nos presenta una nueva Tierra Prometida de amor y de gracia, a la que llegaremos definitivamente al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva y lo haga todo nuevo. 
Nos dice el evangelista Lucas narrándonos la escena de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor:

Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida (el éxodo) de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén 
(Lc 9,29-31)

Nos pone el evangelista en el camino de un nuevo éxodo, donde Moisés es sustituido por Jesús, no sólo como mediador de Dios, sino como Dios mismo que interviene como uno más en nuestra historia humana. Este nuevo éxodo, que durará mucho más de 40 años, abarcará todos los años “después de Cristo”, y ya ha comenzado. El detonante que hace posible este nuevo éxodo, la nueva intervención directa que descubrimos como el “paso” de ese Dios salvador por nuestras vidas, la nueva pascua de Dios, será el mismo Jesús, que “pasó haciendo el bien”. Su vida, pasión, muerte y resurrección serán para nosotros, la intervención de Dios en favor de su pueblo, que a partir de entonces será toda la humanidad.
 La sangre utilizada para marcar al nuevo pueblo de Dios ya no será la de los corderos pascuales, sino la del “Cordero de Dios” que quita el pecado del mundo, y que muriendo por nosotros, perdona nuestras culpas, y resucitando nos abre el camino a una nueva vida. Todo lo que vamos a celebrar estos días, su última cena, su pasión, su muerte y su resurrección son momentos de la nueva pascua inaugurada por Cristo hace casi dos mil años, y que año tras año, domingo tras domingo, día tras día, celebramos la Iglesia para, no sólo recordar lo  que Dios hizo a través de su Hijo, sino actualizarlo y renovarlo en nuestras vidas.
Especialmente en el tiempo de cuaresma, salimos de nuestra vida cotidiana para entrar en el desierto, donde pasamos cuarenta días preparándonos, como se preparó el pueblo de Israel durante cuarenta años, para entrar en la Tierra Prometida. La nueva Tierra Prometida será el camino de amor mostrado por el crucificado, que entregando su propia vida por nosotros, nos libra de nuestras torpezas y equivocaciones y nos ofrece otra oportunidad, otra manera de vivir descentrada de nosotros mismos. 
Esta dinámica es la que nos ofrece habitualmente la Iglesia en todas las cuaresmas. Pero la que estamos viviendo ahora tiene algunas características que la hace distinta. ¿Cómo salir de nuestro Egipto cuando no podemos ni salir con normalidad de nuestras casas? ¿Cómo tener una experiencia de liberación similar a la del pueblo de Israel cuando a penas podemos interactuar entre nosotros, reunirnos a orar o celebrar? ¿Cómo entrar en desierto cuando nuestra mente está bombardeada por datos, fake news, curvas que suben y bajan, números escalofriantes de muertos o contagiados? ¿Cómo celebrar la pascua cuando algunos de los miembros de nuestra comunidad, de nuestras familias o nosotros mismos, están muriendo sin poder despedirse de los suyos, están en una situación complicada en la UCI en soledad, o están enfermos con fiebre y tos aislados en sus casas? ¿Cómo realizar el camino del éxodo que Dios nos pide, cuando me he quedado sin trabajo, algunos vecinos nuestros no tienen qué comer y nuestros chavales y niños se suben por las paredes sin poder correr, ni jugar ni que les dé el sol en la cara?
Para hacer esto más sencillo, más posible, os invito, al que le sirva, a realizar un éxodo distinto, que he llamado “eisodo”. “Eisodos” sería el antónimo griego de éxodo, con la misma raíz “odos”, “camino”, pero con una preposición distinta, “eis”, que significa “dentro”. Significaría en lugar de salida, entrada; en lugar de “viaje hacia fuera”, “viaje hacia dentro”. El movimiento que se nos pediría sería más que salir, entrar. Entrar en nosotros mismos, entrar en nuestros hogares y casas, en nuestras realidades más cercanas, y buscar en ellas una “pascua”, un paso de Dios por esas nuestras vidas que en lugar de ensimismarnos, nos dé luz para cambiar, para convertirnos. Esta va a ser, si queremos, una Semana Santa más íntima, más de mirarnos al espejo, más de dejar que el Señor pase por nuestra realidad y nos toque. No va a ser tan importante, en esta ocasión, lo que nos entre desde fuera, que sin duda es un medio privilegiado para que Dios nos hable, pero que en estas circunstancias se hace difícil. Nos centraremos en esta ocasión en lo que nos salga de dentro, que no siempre lo tenemos muy en cuenta. Es una oportunidad, quizá única en nuestra vida, de vivir nuestra relación con Dios más en soledad que nunca, que nos enfrente con nosotros mismos y nuestro auténtico ser. A veces, con tanto ruido que nos rodea habitualmente y con tantas cosas que hacemos, este viaje interior, no es sencillo. No hablo de mirarnos al ombligo, que eso ya lo hacemos sin esfuerzo, sino encontrarnos en nuestro interior con Cristo que pasa.
Porque es también un “eisodo” el que Jesús mismo realiza en cada encuentro con cada persona, como nos relatan los evangelios. El va al centro, al corazón, a la persona. Tantos ejemplos tenemos de ello: el diálogo con la samaritana, en encuentro con Zaqueo, la llamada de los discípulos, el exorcismo del endemoniado de Gerasa, el diálogo nocturno con Nicodemo… No rehuyamos ese encuentro en intimidad, que a veces incomoda y da miedo. Intentemos no echar balones fuera. Nada malo va a pasar en ese eisodo, aunque sea a veces difícil de gestionar al enfrentarnos con nuestra más profunda raíz, de la que no siempre estamos contentos, o que nos es en ocasiones casi desconocida.
El “Libro rojo” de C.G. Jung nos cuenta un interesante diálogo, escrito hace ya más de un siglo:

-Capitán, el chico está preocupado y muy agitado, debido a la cuarentena que nos han impuesto en el puerto.
-¿Qué te inquieta, chico? ¿No tienes bastante comida? ¿No duermes bastante?
-No es eso, capitán. No soporto no poder bajar a tierra y no poder abrazar a mi familia.
-¿Y si te dejaran bajar, y fueras contagioso? ¿Soportarías la culpa de infectar a alguien que no puede aguantar la enfermedad?
-No me lo perdonaría nunca. Aún si para mí han inventado esta peste. 
-Puede ser, pero ¿y si no fuese así?
-Entiendo lo que queréis decir, pero me siento privado de libertad, capitán. Me han privado de algo.
-Y tú prívate de algo más.
-¿Me estáis tomando el pelo? 
-En absoluto. Si te privas de algo sin responder de manera adecuada, has perdido. 
-Entonces, según usted, ¿si me quitan algo, para vencer debo quitarme alguna cosa más por mí mismo?
-Así es, lo hice en la cuarentena hace siete años.
-Y ¿qué es lo que os quitasteis?
-Tenía que esperar más de veinte días sobre el barco. Eran meses en los que esperaba llegar a puerto y gozar de la primavera en tierra. Hubo una epidemia. Nos vetaron bajar a Port Tipri. Los primeros días fueron duros. Me sentía como vosotros. Luego empecé a contestar a aquellas imposiciones no utilizando la lógica. Sabía que tras veintiún días de este comportamiento se crea una costumbre. Y en vez de lamentarme y crear costumbres desastrosas, empecé a portarme de manera diferente a todos los demás. Antes empecé a reflexionar sobre aquellos que tienen muchas privaciones cada día de sus miserables vidas. Y luego decidí vencer. Empecé con el alimento. Me impuse comer la mitad de cuanto comía habitualmente. Luego empecé a seleccionar los alimentos más digeribles para que no se sobrecargase mi cuerpo. Pasé a nutrirme de alimentos que por tradición habían mantenido al hombre en salud. El paso siguiente fue unir a éstas una depuración de pensamientos malsanos, y tener cada vez más pensamientos elevados y nobles. Me propuse leer al menos una página cada día de un argumento que no conociera. Me impuse hacer ejercicios sobre el puente del barco. Un viejo hindú me había dicho años antes que el cuerpo se potenciaba reteniendo el aliento. Me impuse hacer profundas respiraciones completas cada mañana. Creo que mis pulmones nunca habían llegado a tal capacidad y fuerza. Por la tarde era la hora de las oraciones, la hora de dar las gracias a cualquier entidad por no haberme dado como destino privaciones serias durante toda mi vida. El hindú me había aconsejado también tener la costumbre de imaginar la luz entrar en mí y hacerme más fuerte. Podía funcionar también hacerlo para la gente que quiero que estaba lejos. Y así, esta práctica también la integré en mi rutina diaria sobre el barco. En vez de pensar en todo lo que no podía hacer, pensaba en lo que habría hecho una vez bajado a tierra. Visualizaba las escenas cada día, las vivía intensamente, y gozaba de la espera. Todo lo que podemos obtener en seguida nunca es interesante. La espera sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso. Me había privado de alimentos suculentos, de botellas de ron, de imprecaciones y tacos. Me había privado de jugar a las cartas, de dormir mucho, de ociar, de pensar sólo en lo que me habían quitado.
-¿Cómo acabó, capitán?
-Adquirí todas aquellas costumbres nuevas. Me dejaron bajar después de mucho más tiempo del previsto.
-¿Os privaron de la primavera, entonces?
-Sí, aquel año me privaron de la primavera y de muchas cosas más. Pero yo había florecido igualmente. Me había llevado la primavera dentro, y nadie nunca más habría podido quitármela.

Este texto nos puede ayudar a orientar la dirección del “éisodo” que os propongo, para ir encajando algunos acontecimientos actuales de los que estamos siendo testigos y en ocasiones protagonistas. Las vivencias y sentimientos que nos surgen ante lo que nos ocurre pueden ser buen lugar de encuentro con Cristo que pasa por nuestras vidas, de oración y reflexión, y que sería una lástima que dejásemos pasar de largo. Os señalo algunos que a mí me han llamado la atención especialmente estos días. 
·     Vivimos en una sociedad cómoda y segura de sí misma, que se cree capaz de encontrar solución a cualquier problema. Esta pandemia nos devuelve a nuestra auténtica condición, que es la fragilidad y la limitación. El ser humano es frágil y limitado, todos lo somos, y lo seremos siempre. No aceptar esta realidad nos hará sufrir más cuando experimentamos esta condición. Sólo la humildad y el reconocimiento de nuestra pequeñez reflejará nuestra auténtica realidad. Esto nos vale tanto social como personalmente.
·     En crisis como la que estamos viviendo se ve lo peor y lo mejor de cada uno de nosotros. Somos testigos de algunas personas que se aprovechan para engañar, robar, asustar, insultar y difundir bulos que fomentan el miedo y la desinformación. Pero a la vez somos testigos de actos heroicos: de los profesionales sanitarios, trabajadores en supermercados, en transportes, servicios públicos, que arriesgan todos los días su salud. Y no pocos voluntarios. Os tengo que contar lo sorprendido que estoy de la red de apoyo mutuo que hemos montado en el barrio de Bellas Vistas, donde ya tenemos más de 120 voluntarios, que exponiendo su propia salud, están ayudando a personas mayores y de riesgo y familias sin recursos a llevar estos días un poco mejor. Así somos y seremos: somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor. Y cada uno de nosotros es capaz de una cosa y de otra. Ignorar esta realidad, de nuevo, nos hará sufrir más.
·     Comienzan a llegar mensajes que nos hablan, a nivel social político y económico, de “repensar el modelo”. Os remito al magnífico artículo de Luis Ayala, el responsable de la economía de nuestra parroquia, que publicó en “El País” donde se insta a replantear nuestro modelo social, que pasa necesariamente por tener más presentes a las personas y sus necesidades reales que a las necesidades del mercado, en la línea de lo dicho por el Papa Francisco tantas veces. Es hora de plantearse cambios profundos en nuestro estilo de vida, como apostar por una mayor austeridad, menos consumo y más cuidado de los más vulnerables y del medio ambiente, la creación.
·     Personalmente me ha roto el corazón tanta enfermedad y muerte, tantas historias truncadas y tanto dolor. Me impacta especialmente que esta pandemia se esté cebando con nuestros mayores, una de las partes de nuestra sociedad más débil y a la vez más olvidada y arrinconada. Como cristianos hemos de reaccionar desde el amor, pero que en este caso nos debe llevar a la denuncia de lo mal cuidados que están nuestros mayores, en un modelo de residencias que se ha mostrado insuficiente y precario, y marcado por una mercantilización del sector frente a las necesidades de las personas mayores.
·     Otro aspecto desgarrador ha sido la imposibilidad de muchas familias de poder despedirse adecuadamente de sus seres queridos. Por un lado nos debe poner en la línea del reconocimiento de nuestra necesidad de hacer presente a la Iglesia-comunidad en el momento de despedida de nuestros seres queridos, y cómo cuando esto no se puede dar sentimos que algo falta. La muerte es parte de la vida, y como tal hay que desdramatizarla y aceptarla como parte de nuestra existencia. Pero es necesaria una comunidad cristiana que acompañe los duelos de nuestras familias adecuadamente, y les abra a la esperanza en la resurrección, eje central de nuestra fe.
·     Decir una palabra sobre este acontecimiento de la pandemia en el contexto de la historia mundial. Aún no sabemos cómo acabará todo esto. Pero por un lado debemos de reconocer que no es tan novedoso. En la historia de la humanidad ha habido muchas pandemias, incluso más graves que lo que parece que va a ser esta. Lo novedoso está en que en nuestro mundo occidental estábamos convencidos de que esto era exclusivo de los países que llamamos “subdesarrollados”, los más pobres, cosa que no es cierta. Hay mucha gente, muchos millones de personas en el mundo cuya existencia es muy complicada: enfermos, pobres, discriminados, víctimas de las guerras, de las hambrunas. Y así era en sus vidas antes de esta pandemia, y lo seguirá siendo, desgraciadamente, después. Esto puede servirnos para que aprendamos en nuestra propia carne la intemperie a la que tantos excluidos están expuestos haya pandemia o no la haya.
·     En cuanto a nuestra vida religiosa, esta circunstancia nos puede hacer valorar más una dimensión fundamental de nuestra fe: nuestro ser comunidad cristiana. Nos necesitamos unos a otros, saber cómo nos va, apoyarnos en el camino de la vida, acompañarnos en nuestros procesos creyentes. Y todo esto no depende tanto del cura de turno o de las mediaciones concretas con las que contemos, que siempre serán limitadas y pobres. Depende mucho más de nuestra capacidad de conversión ante un Dios que irrumpe en nuestra vida sin importar la circunstancia, para desde nuestro más adentro, salir a nuestro más afuera. Un Dios que permanece fiel al lado de cada una de nuestras existencias, y que nos impulsa a conocerlo más y mejor y a servirlo en nuestros hermanos. Porque el Dios de lo íntimo siempre nos mueve a que salgamos a lo público.
·     Y para terminar, una palabra sobre la necesidad de ser testimonio en medio de esta situación. Existe el peligro de que llevemos el “eisodo” tan adentro que se quede ahí. Y eso sería traicionar nuestra fe. Porque en palabras de Juan Martín Velasco, querido amigoque falleció hace un par de días y al que aún recordamos con emoción: “la confesión de la fe comporta, además, la ruptura del cerco de la privacidad. El Evangelio nos ha sido confiado no como un regalo a conservar en el interior para nuestra satisfacción personal, sino como una Buena Noticia que tiene por destinatarios a todos los hombres y a los que tiene que llegar precisamente a través de la vida de los creyentes. El discípulo es, al mismo tiempo que seguidor de Jesús, y por el hecho de serlo, enviado, apóstol y testigo hasta los confines de la tierra”. Que estas palabras de nuestro querido Juan nos hagan caer en la cuenta de algo que no señalaba explícitamente el escrito de Jung, pero que es irrenunciable para un seguidor de Cristo. Este camino interior que se nos invita a hacer, este “éisodo”, no tendrá ningún sentido y se quedará en mero psicologicismo, si no lo sacamos fuera, lo compartimos y lo convertimos en levadura en medio de la masa del mundo.


Espero que estas pistas nos sirvan como reflexión  y oración en esta Semana Santa que vamos a celebrar. Que este “eisodo”, vivido más íntimamente, cuando acabe todo esto, lo podamos compartir más y mejor entre nosotros, y que nos ayude a comprender el gran misterio que vamos a contemplar estos días, de la pasión, muerte y resurrección del Señor.

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