ENCONTRADOS POR JESÚS (III Domingo de Pascua)
El
evangelio de este tercer domingo de Pascua nos relata la experiencia de los
discípulos de Emaús. El camino de estos dos discípulos es el de nuestra propia
existencia. Se refleja nuestro desaliento o la tristeza al constatar nuestra
propia situación personal por la situación que nos toca vivir, como en esta pandemia
que padecemos. Quien más, quien menos tiene heridas, frustración, fracasos,
oscuridades, miedos y desolaciones. Nuestra humanidad ciertamente arrastra heridas
profundas. Por eso, la humanidad entera y cada uno de nosotros necesitamos
acogida, comprensión, ternura y compasión.
Es
el mismo Señor quien sale a nuestro encuentro y se nos hace compañero de
camino. Jesús es la revelación de la misericordia de Dios Padre, como veíamos
el domingo anterior, y encuentra siempre la grieta o el resquicio para hacerse
presente y entrar en lo más profundo de nuestro ser para iluminar nuestra vida.
Entra en lo más profundo, donde, como decía San Juan de la Cruz, secretamente
mora.
Se
hace el encontradizo con cada uno, acompasándose a nuestro modo de caminar y de
entender y adaptándose a nuestros ritmos y a nuestras circunstancias vitales.
Emaús es camino de ida y de vuelta. La ida significa la huida, la desesperanza,
el olvido, el refugiarse y un toque depresivo no extraño de añoranza. La vuelta
significará después entusiasmo, certeza, comunicación, testimonio, reencuentro y
amistad.
Los
discípulos de Emaús fueron encontrados por Jesús, pues siempre es él quien sale
a nuestro encuentro, toma la iniciativa. Estos dos discípulos habían perdido casi
la fe, del todo la esperanza, pero no el amor: “¿no ardía nuestro corazón?”.
Sufrían por la ausencia de Jesús y esos destellos de amor los valora el
Maestro, porque él siempre valora lo positivo, sea mucho o sea poco.
Jesús
se vistió de caminante; quiere prepararlos con la Palabra y por eso les explica
las Escrituras. La Palabra es siempre de vida y consolación y por eso les
explica las Escrituras en lo que concierne a él. Quiere evitarles prejuicios y
prepararlos para el encuentro. Los va llevando poco a poco a la luz y va
agrandando su deseo. También nosotros hoy debemos descubrir su presencia,
porque puede venir de mil formas, como pobre, como enfermo, como fracasado…de
mil modos.
También
nos está diciendo algo en esta situación que atravesamos. De ahí la necesidad
de la palabra de Dios, de la escucha, de la vigilancia y de la oración. Y
Jesús, que lee en el alma de sus discípulos, se pone en su pellejo, porque
siempre se adentra en los problemas, las dificultades y las esperanzas de cada
uno.
“Quédate
con nosotros porque atardece”. Quiere ser nuestro huésped y no entra en nuestra
vida si no le invitamos. Después de la palabra y avivado el deseo, Jesús se
sienta en nuestra mesa, como se sentó a la de ellos, nos bendice, parte y
reparte el pan y nos lo da. En ese momento, su presencia se vuelve deslumbrante
e incuestionable. Así el Señor, que va de camino con nosotros, nos ha hecho
descubrir la verdad de nuestro corazón y el sentido de lo que nos acontece.
De
este modo, nos hace una gran misericordia que nos renueva, experimentando la
fuerza sanadora de su amor. Y así, después de la experiencia del encuentro,
como les pasó a los de Emaús, también nosotros estamos capacitados para el
testimonio y para la misión. El camino de vuelta es para anunciar que Cristo ha
resucitado y construir así la comunidad. También hoy le pedimos que se quede
con nosotros porque atardece, porque hay oscuridad, en nuestra vida, nuestro
ambiente, nuestra historia, en la historia mundial incluso. Hay mucha tiniebla y
sin él no vemos y nos desmoronamos. En él está la fuente de la vida y su luz
nos hace ver la luz.
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