ENSÉÑANOS A PONERNOS EN LAS MANOS DE DIOS (DOMINGO DE RAMOS 2020)
Los
ramos y las palmas que este año ofrecemos al Señor son nuestros corazones rotos
y desgarrados y tantos corazones rotos y desgarrados sufrientes en los hospitales.
Desgarrados porque han perdido a sus seres queridos y desgarrados también los
sanitarios, con un trabajo inmenso.
El
Hijo de Dios es también el Hijo del hombre, que acoge nuestro humilde presente
hoy, nuestro corazón desgarrado y desorientado. Lo hacemos con inmensa confianza,
la misma que el siervo sufriente, al que alude el profeta Isaías, ha puesto en
Dios. Precisamente, este siervo ha confiado en el Señor en una situación de
acoso y absoluta indefensión, como estamos nosotros también hoy: “El Señor dios
me ayuda, por eso no sentía los ultrajes”.
También
el salmo nos invita a la esperanza: “En medio de la asamblea, te alabaré”.
Cristo se encarnó, como nos dice la Carta a los Filipenses, pasando por uno de
tantos, para experimentar también el dolor y la desolación que nosotros en el
inicio de esta Semana Santa padecemos. Él padece con nosotros, porque se abajó,
se vació de Dios para llenarse de hombre. Se vació de grandeza para compartir
nuestras miserias y nuestras penas y darles un sentido redentor, siempre junto
a Dios. Por eso, Dios lo enriqueció, lo glorificó y lo nombró Señor, principio
y fin de la creación, Señor de la historia.
La
narración de la Pasión de San Mateo es sobria y viva y nos cuenta escuetamente
las últimas horas de Jesús. Se pone de manifiesto en este evangelio el abandono
humano en el momento es que Jesús es apresado en el Monte de los Olivos. Judas
traiciona al Maestro, Pedro niega al Maestro y los demás discípulos huyen
despavoridos. Subraya el evangelista la inocencia de Jesús frente a Barrabás y
la culpabilidad de las autoridades judías, que incitan a las turbas.
Solo
en este contexto la mujer de Pilatos intercede por Él, mientras que Pilatos se
lava las manos cínicamente. Hay un contrapunto dramático entre Jesús y sus
enemigos. Se confrontan en grado extremo el amor – Jesús – y el odio de los que
lo entregan, la paciencia de Jesús y la violencia de las turbas, el silencio –
Jesús callaba – y los gritos de “crucíficalo”, la inocencia y la injusticia.
El
evangelista prueba que todo esto que está sucediendo estaba escrito ya en las
Escrituras: Jesús es el Mesías esperado. La crucifixión es escueta, sobria. Las
tinieblas que cubren la tierra expresan el comienzo de la nueva era. De ellas brotará
la luz en la mañana de Pascua. Y el grito expresa el sentido de su abandono y
su confianza en la liberación, con la seguridad del triunfo final.
Nosotros
hoy gritamos también desconsolados, maltrechos, pero tenemos la esperanza en lo
profundo de nuestro corazón del triunfo de Jesucristo, del triunfo del bien
sobre el mal, de la salud sobre la enfermedad: Cristo es la salud, la sanación,
la salvación. El centurión lo reconoce como hijo de Dios. También nosotros le
reconocemos hoy maltrecho como hijo de Dios. La sepultura y la custodia del
sepulcro nos prepara para la resurrección.
Señor
Jesús, entregado por nosotros y por nuestra salvación, queremos estar junto a
ti en el momento de la entrega. Enséñanos, Señor, en estos momentos a ponernos
en las manos de Dios y ayudar a nuestros hermanos. Muchos de ellos, demasiados,
están pasando por el valle del dolor y de las tinieblas. Con la esperanza
puesta en ti, que haces nuevas todas las cosas.
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