FIDELIDAD Y CONFIANZA
Las circunstancias tan especiales en
las que estamos viviendo esta Semana Santa pueden ser una oportunidad para
tener una experiencia orante intensa. Estamos invitados a interiorizar las
palabras, los gestos, las actitudes e, incluso, los miedos de Jesús en su
camino a la cruz. Nos puede ayudar en esa tarea tratar de hacer propia su
invitación, cuando dice “quiero celebrar la Pascua en tu casa”. Se trataría,
como nos decía Pablo en su entrada de ayer, a realizar ese “eisodo” que es entrar
en nosotros mismos, en nuestras realidades más cercanas, y buscar en ellas una
“pascua”.
Este estado de confinamiento que nos ha
tocado vivir puede ser un buen momento para revisar los distintos pasajes
bíblicos del Triduo Pascual, saborearlos, meditarlos e interiorizarlos. Este
año, el texto de Getsemaní tiene una especial resonancia. El temor, la soledad,
la experiencia del abandono y el horizonte de la cruz son algunas de las claves
a las que nos podemos remitir para contemplar, desde el evangelio, la cuestión
del dolor y el sufrimiento, en el que la maldita pandemia ha sumergido a tantas
familias.
Podemos empezar preguntándonos por el aparente
silencio de Dios ante ese mal que es la enfermedad no controlada. No podemos
dejar de preguntarnos, en un mundo finito, cómo podríamos evitar el mal o,
sobre todo, cómo lo podría hacer Dios. Él podría poner siempre la mano, por lo
que no podemos dejar de asumir que la cruz y el dolor tienen algo de misterio.
Desde la perspectiva creyente, la actitud ante esa
pregunta nos la ofrece Jesús en tres claves. La primera es la fidelidad a su
misión. Jesús muere en la cruz fiel a la misión del Padre, fiel a la misión de
amor. Es la manifestación del proyecto de amor de Dios a los hombres. La
segunda clave es la solidaridad y la identificación con los que sufren. Dios
está en contra de todo dolor. La tercera es la confianza final en el Padre.
Jesús ofrece una cena de despedida y hay una confianza y esperanza detrás de
ella. Pase lo que pase, la cruz no va a ser el final. A pesar de los miedos y
de las dificultades, la confianza va a triunfar.
Nuestras cruces de hoy no tienen por qué ser muy
distintas. Las claves son las mismas: fidelidad, solidaridad y confianza. Apoyarnos
en estos tres pilares, sin embargo, no es fácil. Cuando el dolor y la
incertidumbre asoman puede cundir más el desánimo que la esperanza. Probablemente,
no hay mejor relato para trascender estas dudas que el de Getsemaní. Podemos tratar
de hacernos las mismas preguntas y contrastar nuestras respuestas con las que
nos ofrece el relato.
Las palabras de Jesús son muy expresivas. Percibimos
que Jesús no quiere morir en la cruz y que, aparentemente, su petición no es
escuchada. Podría interpretarse como el espantoso silencio de Dios, su noche
oscura. Nunca nos llegaremos a acostumbrar al grito de Jesús de “me has
abandonado”. ¿Dónde estaba Dios en ese momento? Del relato se desprende que
Dios estaba con Jesús, pero descubrirlo nos exige un proceso.
Hay algunos elementos relevantes en el texto que
podemos vivir como propios. Getsemaní está envuelto por el silencio y la
noche. ¿Cómo vivimos nosotros nuestra propia noche? ¿Dónde descubrimos esos
hilillos de luz? ¿A qué nos agarramos cuando no vemos salida? Igualmente clave
es el miedo, que significa que Jesús asume la tragedia humana concreta. El
miedo no nos deja ser auténticos y libres; es la cárcel, lo que nos quita la
libertad. Por eso, la experiencia de Jesús es una de la que todos podemos
aprender. ¿Cómo estamos viviendo el miedo a la enfermedad? ¿En qué nos apoyamos
ante la incertidumbre? ¿Ha llegado ese temor a bloquearnos y a encerrarnos en
nosotros mismos?
Otro aspecto sería el abandono, que el propio
Jesús verbalizará más tarde con el Salmo 22, un salmo de abandono-confianza. ¿He
llegado a tirar la toalla y sentirme abandonado? ¿He vivido las situaciones de
soledad como silencio de Dios? Lo que encontramos en los evangelios es que ese
abandono de Dios sólo es aparente. Aunque delante de la muerte de Jesús Dios
aparece como indefenso, lo que se nos descubre es el tremendo poder de un amor
desarmado. Solo un amor vulnerable se vuelve poderoso.
El relato muestra también la necesidad que Jesús
tiene de sus amigos. Los discípulos en conjunto aparecen por última vez.
Se destaca a Pedro, Santiago y Juan, que son los más difíciles, los primeros en
ser llamados y los más reacios a la entrega y al servicio. Ante ellos, Jesús
muestra ahora su propia angustia que está relacionada con la dificultad para
aceptar ese camino. En contra de sus discípulos, que discuten quién es el más
importante, Jesús aparece sin poder, sin fuerza. Es como si la realidad nos
descolocara a todos. ¿Cómo nos acompañamos de los demás cuando nuestro
horizonte se nubla? ¿Cómo nos entregamos cuando nuestras fuerzas más flaquean?
En el texto se muestra la densidad del momento y
aparece la tristeza (“mi alma está triste hasta la muerte”). Es la
tristeza del aparente abandono de Dios, que no le libra de la muerte. Jesús
pide a sus amigos que se queden con él: “quedaos aquí”. Va a volver una y otra
vez a sus discípulos. Esa vuelta de Jesús a ellos nos ofrece una experiencia: necesitó
a sus amigos en ese momento. Nosotros también necesitamos esto en nuestra vida.
En la relación con Dios es imposible prescindir de los demás.
Una última clave es la oración. En los
evangelios, especialmente en el de Lucas, encontramos a un Jesús que ora. Aquí
la oración de Jesús es condicional (“si fuera posible”). No está seguro de que
sea posible lo que está pidiendo en su oración de petición. No quiere morir en
la cruz y lo deja en las manos de Dios. ¿Nos ponemos nosotros en las manos de
Dios en los momentos de dolor y sufrimiento? ¿Aceptamos nuestra realidad con
confianza?
La respuesta nos la da el “Abba!, Padre: tú lo
puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú
quieres”. Este versículo aporta la clave más importante de toda la escena.
Entra Dios con un tú. Revela la intimidad de Jesús con Dios y su experiencia de
fidelidad en todo momento, que es la clave de la oración. En la noche intensa
por la que está pasando se produce la transición de si es posible a todo es
posible. Jesús supera el dilema fiándose del Padre más que de sí mismo. Es una
invitación a trascender.
En Jesús vemos lo que cuesta ser fiel hasta el final
en una vida humana. Algunos dicen que en Getsemaní hay una experiencia de dolor
interno que es casi peor que el dolor físico de la cruz. Lo trasciende
haciéndose consciente de la fuerza del vínculo con el Padre. Frente a esta
actitud, los discípulos, dormidos, no acaban de entender. ¿No estaremos
nosotros también dormidos ante el dolor y la injusticia? La debilidad que vemos
en ellos es la nuestra propia.
La respuesta que da el relato de Getsemaní es la
necesidad de orar y confiar. Toda aventura humana tiene siempre una cara frágil,
pero existe siempre la posibilidad de trascenderla. En el momento en que en la
oración nos descubrimos unidos a Dios, lo que creíamos que no podíamos se
vuelve posible. No podemos nosotros mismos, pero unidos a Dios sí.
Comentarios
Publicar un comentario