¡¡JESÚS VIVE!!
HOMILÍA
VIGILIA PASCUAL 2020
Seguramente esta sea la homilía más difícil que me ha tocado decir en mis casi 23 años de sacerdocio. Pero creo que también es una de las más importantes.
Cuando en las últimas 24 horas se contabilizan 510 fallecidos, que se unen a las 16.353 muertes que ya llevamos en nuestro país, y la cifra sigue aumentando aquí y en todo el mundo. Cuando hemos sufrido la muerte de algunos de los miembros de nuestra comunidad parroquial, de algunas de nuestras familias, y cuando también tenemos varios de nosotros enfermos, algunos de gravedad. Cuando estamos confinados en nuestras casas para evitar el contagio, cuando estamos preocupados por nuestros seres queridos o por nuestro trabajo, cuando en nuestro barrio no son pocas las familias que tienen problemas para comer o tener acceso a lo más básico, cuando estamos, en definitiva, en una de las situaciones más complicadas de nuestras vidas, no es fácil anunciar la vida.
Pero tampoco fue fácil para las que fueron las primeras en darse cuenta de que Jesús estaba vivo. Con el corazón cargado de dolor y miedo, y la esperanza de su fe dañada de muerte, estas mujeres, que habían amado profundamente a Jesús, van a adecentar su cuerpo, sus despojos que habían sido colocados con prisa en una tumba casi improvisada. Era lo único que les quedaba de Él: su cadáver y el sepulcro donde éste estaba, y a él se dirigen. Van buscando un muerto. Nosotros, bajo el peso de tanta muerte, enfermedad y dolor, buscamos hoy algo a lo que aferrarnos, aunque nuestra realidad limitada no puede ver más allá de la tragedia que se nos impone y del miedo que sentimos.
Van buscando un muerto, al crucificado, pero no lo encuentran. Al llegar al sepulcro encuentran en su lugar un ángel, un mensajero de Dios, que al igual que cuando nació Jesús en Belén, es portador de una buena noticia de vida: “No está aquí, ha resucitado”. Ante dicho anuncio sólo las queda correr y alejarse del sepulcro para anunciar esa noticia a su gente. El miedo permanece, pero las acompaña también una inmensa alegría. Sólo cuando están ya de camino, dejando atrás el sepulcro, es cuando se encuentran a un Jesús vivo, que además les dice: “Alegraos”. Y les encarga que digan a los discípulos que vuelvan a Galilea, donde le verán.
El evangelio que acabamos de escuchar no nos narra, ni ninguno de los otros tres, cómo resucitó Jesús. El mismo acto de la resurrección permanece en el misterio de Dios. Lo que se nos narra es cómo esa resurrección, real hasta el punto de cambiar la realidad misma, tiene consecuencias en los testigos que le ven vivo, en esa Iglesia pobre para los pobres, que recibió un primer anuncio de vida en Belén a través de unos pobres pastores, y ahora recibe el anuncio de vida más importante de boca de unas pobres mujeres.
Largo es el camino de una humanidad creada en harmonía con la creación y que por egoísmo, rompe con ella. Largo es el éxodo realizado por el Pueblo de Israel que le pone en camino a la Tierra Prometida. Largo es el tiempo de exilio en Babilonia de ese mismo pueblo, que descubre que sólo a través de un corazón nuevo abierto a la gracia de Dios puede volver a la vida. Largo es el tiempo de reclusión, muerte y enfermedad que estamos viviendo, y del que todavía nos queda por recorrer un doloroso camino. Pero no ha de ser un camino hacia un sepulcro, hacia la muerte, sino un camino de vuelta iluminado de este anuncio: “Jesús vive”. Y en esa vida, todo se hace nuevo.
Sólo una Iglesia que anuncia a Jesús vivo, tiene sentido. Sólo con el convencimiento de saber que la última palabra, sin remedio, será del amor, de la luz, de la gracia, de la vida que nos viene del Resucitado, sólo desde allí, nuestra misma existencia tendrá sentido. Y no es algo a vivir como un sentimiento propio y aislado solamente, sino algo a compartir que alcanzará sentido pleno al ser anunciado.
Este anuncio, como les ocurrió a las primeras mujeres, no está exento de miedo, de inseguridad, de dolor, que son parte de nuestra condición humana. Pero será acompañado ese miedo de una inmensa alegría que viene de Dios, y de paz, pues sabemos que Él está de nuestro lado, nos lleva de su mano, nos ama y nos envía a amarnos entre nosotros.
Nuestra vuelta a Galilea será la vuelta al evangelio: a todo lo que en Galilea enseñó Jesús. Una nueva manera de vivir conducida por el amor. Un estilo de ser persona que perdona y pide perdón, que se abre a la trascendencia, que ora, que celebra su fe, que enseña la Buena Noticia de Jesús como lo más importante, que sirve a los que más lo necesitan.
Jesús vive, actúa en nuestra historia, vive en cada uno de nosotros. Jesús nos marca por el bautismo para que seamos testigos de su muerte, pero también de su vida, sobre todo de su vida, para que allá donde estemos podamos comunicar la saciedad de las sedes humanas por el agua del bautismo. Anunciémoslo como merece durante toda esta pascua.
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