LOS FRUTOS DE UNA PRESENCIA



Durante todo este tiempo de Pascua, las lecturas de la misa diaria tienen gran belleza y nos ayudan mucho en nuestra vida cotidiana. La primera lectura de hoy, del libro de los Hechos, recoge el “paripé” injustificado que les montan a Pedro y a Juan los del Sanedrín, el jefe de la sinagoga y su séquito. Están juzgando a dos personas por hacer algo bueno. ¿No tenemos bastantes cosas en el mundo como para preocuparnos de las que se hacen bien porque desde nuestro punto de vista no son tan buenas?

A veces nos creemos un poco mejores que la realidad, pero el único que juzga esta es Dios. Como dice el mismo Señor, “por sus frutos los conoceréis”. Lo único que habían hecho Pedro y Juan era ayudar a un pobre enfermo. En estos tiempos en los que muchas veces lo único que podemos hacer es ayudar a los enfermos, preguntar por ellos y estar atentos, hacerles presentes en la Eucaristía y rezar por ellos, no se nos puede juzgar por ello. Hacemos lo que podemos y a veces más porque el espíritu de Dios nos ayuda.

En el relato de la aparición de Jesús a sus discípulos en el lago de Tiberíades (Jn 21) el señor se presenta en Galilea y realiza la pesca milagrosa. Juan muestra al Señor resucitado a través de su nombre. Cuando se pone el nombre de Jesús en el centro, los frutos son grandes. Cuando hacemos caso al Resucitado, los frutos entre nosotros también serán grandes. Cuando nos dejamos llevar por las palabras de paz, de reconciliación, de benevolencia, de perdón, de reconstrucción, de servicio a los demás, que es lo que nos pone delante el Resucitado, nos vienen siempre los frutos. Nos viene la alegría del evangelio y cómo puede haber más gente que participa de ella.

A veces, en vez de preocuparnos tanto de lo que hacemos o dejamos de hacer, lo que debemos es, con sencillez, ponernos manos a la obra y hacer lo que el Resucitado nos muestra que hagamos. No es tanto el hacer cosas espectaculares o heroicas, sino poner la presencia del Resucitado en las cosas pequeñas de cada día, en los detalles insignificantes. Es hacer las cosas al estilo que las hace Dios. Es el estilo del amor, aunque sea en circunstancias duras.

Pidamos al Señor que nunca nos falte esa presencia del Resucitado y que siempre esté en medio de los que intentamos seguir su evangelio.

Comentarios

Entradas populares