VIVIR LA PASCUA CON ALEGRÍA
En
la Vigilia Pascual del Encuentro, Pablo nos decía que sólo una Iglesia que
anuncia a Jesús vivo tiene sentido. Sólo con el convencimiento de saber que la
última palabra, sin remedio, será del amor, de la luz, de la gracia, de la vida
que nos viene del Resucitado, sólo desde allí, nuestra misma existencia tendrá
sentido. Y no es algo a vivir como un sentimiento propio y aislado solamente,
sino algo a compartir que alcanzará sentido pleno al ser anunciado.
Ahí
está la propuesta, que podemos hacer nuestra. Nos viene bien afianzarla en
estos días tan complicados, haciéndola viva con oración, acción y también reflexión.
Ana nos propone compartir la reflexión sobre la Pascua que ha escrito Pedro
Rodríguez Panizo, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, que
reproducimos a continuación.
Igual
que a un sediento el agua le revelaría cosas que no le revelaría nunca alguien
que está totalmente satisfecho, precisamente porque estamos en este momento y
en esta hora de peligro, resulta todavía más asombroso, más esperanzador el llamamiento
a la alegría y la esperanza que nos hace la resurrección de Cristo.
El
evangelio de la Vigilia Pascual (Mt 28) es un relato de revelación, en el que
hay un mensajero, un ángel -es decir, Dios mismo- que abre lo cerrado. El sepulcro
está sellado con una piedra enorme y, además, en Mateo con una cohorte de
soldados para que esté cerrado y bien cerrado. Y, sin embargo, Dios hace lo
contrario que nosotros. En vez de cerrar, abre. Se sienta encima de la piedra,
domina lo que está cerrado, lo abre a la vida.
La
tumba no es la prueba de la resurrección sino el sitio donde ha tenido lugar el
primer anuncio, es decir, el credo más antiguo de la Iglesia y curiosamente por
el ángel, es decir por revelación, por Dios. Es Dios el que lo anuncia. El
ángel lo señala mucho antes de que las mujeres deduzcan nada. Hay muchos
elementos del texto que nos recuerdan a las teofanías de la Escritura: el
seísmo -hasta la tierra se conmueve-, el temor reverencial que tienen todos los
personajes que están allí, incluidas las mujeres -no es miedo físico, es temor
reverencial ante el misterio, ante su grandeza-, los vestidos blancos como la
nieve del mensajero. Todo indica que estamos ante una teofanía.
“No
temáis -que es tanto como decir vivid, alegraos-, Jesús el Crucificado no está
aquí, no hay que buscar a Jesús entre los muertos sino entre los vivos, ha
resucitado”. Literalmente es “fue despertado”. El verbo más frecuente y más
antiguo que conocemos en latín se traduce como resurgere. Alguien se
despierta del sueño o se le despierta, se levanta y se pone en pie. Podríamos
decir entonces que es el despertar de Cristo, el despertar de la muerte a la
vida. El final del Salmo 16 dice “y al despertar me saciaré de tu presencia”. Esta
mañana la primera palabra que me ha venido cuando he abierto los ojos ha sido
precisamente ésta y me ha llenado de alegría.
Los
que sois padres y madres y los que no pero alguna vez habéis velado el sueño de
un niño pequeño, recordaréis qué experiencia más maravillosa es cuando el niño
despierta y te sonríe o cuando tú le tienes que despertar por algún motivo y
después de un primer momento que le cuesta, ante tu sonrisa sonríe él también. Pocas
experiencias en la vida habrá tan intensas y tan maravillosas como ésta. Pensemos
hoy que ninguno de los que estos días han muerto y que decimos solos lo han
estado en realidad. Nadie muere solo nunca, siempre estamos acompañados por ese
rostro de Dios que nos despierta a la vida infinita y absoluta y que nos sonríe
así para saciarnos de gozo con su presencia.
El
texto dice “de entre los muertos”, que es una fórmula técnica. El esquema es
muerte-sepultura-seol-cielo y después encuentros con el Resucitado y no,
como podemos tener en la cabeza, muerte-sepultura- resurrección-tierra. Jesús
no viene a la vida antigua, no es un suscitamiento de un cadáver como Lázaro,
sino que va al futuro de Dios. “Resucitó de entre los muertos por la gloria del
Padre”, leímos en la Vigilia Pascual en Romanos 6 sobre el Bautismo, pues
sabemos que Cristo una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más, la
muerte ya no tiene dominio sobre él. Su vivir es un vivir para Dios, no
simplemente la vida biológica. Por tanto, nos viene a decir el texto que ha
vencido a la muerte desde la muerte misma, desde dentro de ella, desde nuestros
seoles y nuestros infiernos.
El
texto termina diciendo “va delante de vosotros a Galilea, allí lo veréis”. Otra
vez el verbo está en pasiva, un verbo que tiene también antecedentes en el
Antiguo Testamento: Ha sido manifestado, Dios lo ha manifestado. Es decir, id a
Galilea porque ahí Dios lo hará ver, Dios lo manifestará. No es una conquista
nuestra, no es un ver puramente material objetivo, sino que te tiene que dar
Dios los ojos de la fe. Hasta Tomás de Aquino lo dice: “vieron al Resucitado con
los ojos de la fe”. La fe tiene ojos, como los tienen el amor y la esperanza.
Es,
además, un testimonio. Frente a la crucifixión pública, el libro de Hechos dice
“nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos en
Jerusalén, a este lo mataron colgándolo de un madero pero Dios lo resucitó al
tercer día y le concedió la gracia de manifestarse no a todo el pueblo sino a los
testigos designados por Dios, a nosotros, que hemos comido y bebido con él
después de su resurrección de entre los muertos”. Aquí aparece el otro verbo, que
es que ha sido levantado de la postración de entre los muertos.
Es,
por tanto, un testimonio del que también nosotros formamos parte. “Id delante a
Galilea”, es decir, a la aurora del evangelio, al inicio, al primer amor, a la
primera predicación. El lugar donde han tenido lugar sus actos de amor, sus
signos, su predicación sus curaciones, todo el evangelio, el evangelio que es él
en persona, el reino. Pero es también Galilea de los gentiles el lugar más
alejado del centro de Jerusalén, la salida hacia la periferia.
Podemos
hacer nosotros de nuestras casas un sepulcro o lo contrario. Aunque estemos
confinados y encerrados podemos hacer de ellas algo abierto a todos. Decía en una
preciosa homilía el Papa Francisco en la Vigilia Pascual “el anuncio de la
esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay
que llevarlo a todos, porque todos necesitan ser reconfortados y si no lo
hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos el verbo de la vida,
quién lo hará. Queremos ser hoy cristianos que consuelan, que llevan las cartas
de los demás, que animan, que son mensajeros de la vida en tiempos de muerte”. Y
decía también “hermana, hermano, aunque en el corazón se haya sepultado la
esperanza no te rindas, Dios es más grande, la oscuridad y la muerte no tiene
la última palabra, ánimo, con Dios nada está perdido”. Feliz Pascua de
Resurrección a todos y que lo vivamos con profunda alegría, con esa que el
mundo no nos puede dar.
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