ACOMPAÑAR PARA EDUCAR EN LA FE
Los
libros de la Biblia hay que intentar leerlos en contexto. Tenemos que
relacionar unos pasajes con otros para entender lo que el autor ha querido
decir. Es, en definitiva, tratar de encontrar lo que al autor le ha inspirado
el Espíritu Santo para que nos inspire también a nosotros en nuestras vidas.
Aunque en la liturgia leemos a trozos el libro de los Hechos de los Apóstoles,
conviene relacionar unos pasajes con otros para entender qué nos está contando.
La
lectura de hoy se incluye dentro del ciclo de Esteban. A principios de esta
semana, leíamos el pasaje sobre su martirio. Hacía buena sobras obras y recibió
el martirio, con una muerte parecida a la de Jesús. Felipe, otro compañero de Esteban,
nos muestra otro aspecto de la vida de los primeros apóstoles que van anunciando
la palabra de Jesús, quey es la catequesis.
Si
Esteban nos alentaba a que diéramos testimonio como dio él, que eso es lo que
significa mártir —testigo—, aquí se nos
enseña cómo ser catequistas como Felipe. Se nos enseña cómo llevar el mensaje
de Jesús a los demás, dándonos unas claves muy interesantes. La primera es
hacernos compañeros de quien quiere acercarse más a Dios. Hay veces, por
ejemplo, que los abuelos preguntan cómo hacer para que los nietos se acerquen
más a la fe, dado que muchas veces asumen ellos la responsabilidad de la
educación en la fe. Lo primero que hay que tener es paciencia, echar tiempo y
acompañar.
En
esa compañía surgirán momentos. A Felipe le surgió cuando se puso a caminar y
por el camino le fueron surgiendo oportunidades para ir anunciando la Palabra a
ese catecúmeno, que no conocía más que de oídas la fe. Después llega el bautismo,
que es el sacramento que plenifica esa catequesis que se ha estado realizando. Todos
podemos enseñar la palabra de Dios allá donde estemos de una manera sencilla y
sin ser pesados, esperando la oportunidad como supo hacer Felipe.
Hoy
hemos escuchado también otra parte del discurso del pan de vida en el Evangelio
de Juan. El Señor va concretando y desarrollando lo que significa que él es el
pan de vida. No solo es el alimento material que tenemos que comer, sino que él
mismo es el que se ofrece como —y único— salvador. Hay veces esto se nos olvida.
A los curas, por ejemplo, muchas veces se les alaba por su labor y también a
algunos de nuestros agentes pastorales. Eso está bien y conviene hacerlo de vez
en cuando, pero nos tenemos que dar cuenta de que en el fondo todos somos instrumentos
de la acción de Dios.
Por
eso, a quien tenemos que dar gloria y gracias por la acción de los miembros de
su Iglesia es a Dios. Es quien nos impulsa y es alimento nuestro para seguir
adelante. Hay que dejar a un lado los protagonismos que desvirtúan el mensaje
auténtico. Pidamos al Señor reconocerle y ponerle en el centro de nuestras
vidas como alimento que nos capacita para alimentar a otros. Para que esa
presencia del Resucitado a través del pan de la Eucaristía nos dé la fuerza
para llegar a otros.
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