DÁNDOLE VUELTAS A ESTO DEL REINO
El próximo domingo termina el tiempo de
Pascua y celebraremos la fiesta de Pentecostés. Coincide con que seguimos
avanzando en el proceso de “desescalada” después de varias semanas de
confinamiento. Puede ser un buen momento para darle vueltas a lo que nos está
tocando vivir y a cuál es la tarea a la que estamos llamados, hoy con más
intensidad que en cualquier otro tiempo.
En la Pascua hemos celebrado que Jesús
trae la plenitud de los tiempos. A esto le llamamos también el Reino de Dios,
que aparece proclamado por Jesús en los evangelios. En la lectura del libro de
los Hechos del domingo pasado – día de la Ascensión – los apóstoles, con cierto
“despiste” le preguntan a Jesús si era el momento en que iba a restaurar el
reino de Israel. Igual o más despistados podemos estar nosotros, que no siempre
tenemos muy claro qué es esto del “Reino de Dios”. En nuestra disculpa, hay que
reconocer que es una de las expresiones más difíciles de comprender, pese a ser
central. ¿Es Dios mismo? ¿Es Jesús? ¿Es una nueva realidad? ¿Está ahí ya pero
todavía no, como pedimos en el Padrenuestro? ¿Es un don o es una tarea?
Una lectura muy rápida de los
evangelios nos puede despistar un poco. En el Nuevo Testamento, en muchos
momentos el Reino aparece como una realidad futura (“venga tu Reino”), pero es a
la vez algo presente (“el Reino de Dios está ya entre vosotros”). Nos podemos
armar un poco de lío, por tanto, sobre si está entre o dentro. En la tradición
cristiana, la preposición griega se ha entendido como dentro de vosotros, pero
los biblistas piensan que es mejor “entre”. El Reino no es una mera experiencia
interior, sino una experiencia de cambio de la realidad. La llegada de Jesús
supone que todas las esperanzas no sólo se cumplen, sino que son superadas (“Id
y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los
pobres son evangelizados”).
Otras interpretaciones del Reino de
Dios se construyen desde la semántica. Así, el Reino de Dios es un genitivo posesivo:
el Reino no es nuestro sino de Dios. Por un lado, es el más interesado en que
llegue a su plenitud. Por otro, el final positivo está asegurado.
Estas reflexiones nos pueden ayudar a
situarnos respecto a esto del Reino y a qué estamos llamados, pero ¿cómo nos
toca de cerca todo esto? ¿Nos apela de alguna forma? Tal vez nos proyecte más
actualizar en nuestros días lo que se nos cuenta en los evangelios sobre el
Reino a través de las parábolas. Recordemos que las parábolas se narran en una
cultura, la oriental, que es cardio-céntrica – a
diferencia de la nuestra –, que pone el corazón y no el
pensamiento en el centro. Las parábolas tienen el efecto de choque y siempre hay
algo que nos descoloca en ellas. Se quiebra la lógica y se rompe la imagen que
se tiene de Dios, que se sitúa en otra perspectiva.
En algunas parábolas encontramos el significado más
profundo del Reino de Dios. Nos hablan de él como un exceso. Algunas
que nos pueden ayudar a preguntarnos qué pintamos nosotros en esto del Reino
son muy conocidas:
- Parábola
de los obreros contratados a la viña (Mt 20). Nos habla de la bondad escandalosa de Dios
–desde el concepto humano de justicia– y de la posibilidad de que las cosas no
son como las imaginamos. La parábola quiere poner de manifiesto que la herencia
es para todos por igual. Hay una invitación a la congratulación, a darnos
cuenta de que hay que alegrarse por el bien ajeno. ¿Lo hacemos o nos cuesta?
-
Parábola
del sembrador (Mc 4). En esta
parábola tan conocida, uno de los aspectos más llamativos es la gran cantidad
de semilla que se pierde. Lo asombroso es el contraste: la poca que fructifica da
un fruto enorme. Y eso es el Reino de Dios: la abundancia de la cosecha final.
El Reino se abre paso a pesar de todas dificultades y la abundancia está
asegurada.
- Parábola
de la semilla que crece automáticamente (Mc 4). El sembrador se va a dormir con la certeza
absoluta y la confianza de que la semilla va a dar fruto. Esto es el Reino:
todo depende en último término de la confianza que ponemos en Dios. ¿Cuánta
ponemos nosotros?
- El
tesoro escondido y la perla (Mt 13). Las parábolas nos hablan de dos personajes
que tienen un encuentro con algo muy valioso en dos ámbitos distintos (campo y ciudad).
En ambas parábolas encontramos experiencias
de gozo, alegría y encuentro con Dios. Se arriesga todo porque se ha encontrado
algo único. ¿Qué arriesgamos nosotros cada día?
Detrás de estas parábolas hay una
invitación a la confianza, que nos ayuda especialmente en estos tiempos tan
difíciles. El Reino es la expresión de la abundancia. Los apóstoles no eran
nadie y Jesús depositó toda su confianza en ellos para hacerlo presente (“id,
pues, y haced discípulos a todos los pueblos; sabed que estoy con vosotros
todos los días, hasta el final de los tiempos”). Esa aventura fue capaz de
cambiar el mundo y nosotros estamos también invitados a participar en ella.
Cuando alguien cree, todo es posible.
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