EJERCER EL PODER (IV Domingo de Pascua)



Michel Foucault, el conocido filósofo francés del siglo XX, se dedicó a analizar el poder a lo largo de toda la historia para centrarse en el hoy y, sobre todo, en el poder político. Dice que el poder en los Estados modernos ha heredado de la Iglesia el poder pastoral. Este es el poder que la Iglesia, ejerciendo mal su misión muchas veces, hace desde una postura paternalista. Se erige como pastor de la sociedad y dice a lo gente lo que tiene que hacer o no y le da y le provee de necesidades, pero a cambio le exige una servidumbre, como una confesión de fe.

Según Foucault, esa manera de ejercer el poder desde las élites gobernantes se transmite al poder que se ejerce hoy día en las sociedades modernas, donde en lugar de ponerse al servicio del pueblo los dirigentes establecen dependencias. Tratan de que se realce lo que hacen en lugar de hacer lo que es propio de un dirigente, que es, fundamentalmente, servir.

Foucault no era creyente y no conocía lo que significa para nosotros Jesús como buen pastor. Los adjetivos son importantes: no decimos que Jesús sea pastor a secas, sino que es buen pastor. Los judíos sabían bien lo que era un mal pastor. Todo el capítulo 34 del libro de Ezequiel nos habla de los malos pastores y de cómo se aprovechan del rebaño y lo explotan en beneficio propio. Ezequiel nos dice cómo el Señor quitará a esos malos pastores y se pondrá él mismo como buen pastor.

Eso se completará con el anuncio del buen pastor que hace Jesús en el Evangelio de Juan de una manera tan hermosa: “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas”. Nos dice que él es la puerta por la que hay que entrar para interpretar bien lo que es un buen pastor. No se puede pastorear de cualquier manera, ni se puede ejercer el poder de cualquier manera.

El poder está ahí y lo tenemos que ejercer cuando tenemos responsabilidades en cualquier ámbito, incluida la casa. Pero ¿cómo lo ejercemos? Aquí está el asunto. ¿Lo ejercemos bien o de manera egoísta? Cuando estamos en una empresa y tenemos subordinados, laboralmente hablando, tenemos que ejercer ese poder. Pero ¿cómo lo hacemos?  

En la Iglesia, los que son llamados pastores deben ser buenos pastores como imitación del único y buen pastor que es Jesús. Los pastores tienen que intentar servir y dar la vida por sus ovejas. También dentro de la comunidad, en los distintos ministerios que se ejercen, y también dentro de la sociedad, cuando servimos a los demás no tenemos que hacerlo para ponernos medallas, sino porque es lo que tenemos que hacer.

Seguir al buen pastor y escuchar su voz es actuar como él. La Primera Carta de Pedro nos explica muy bien cómo hacerlo: entregando su vida por nosotros. Eso es lo que le hace un buen pastor, no unas virtudes humanas extraordinarias, sino que entregando su vida se convierte en nuestro único guía, que nos lleva a buenos prados, nos conduce a tierras verdes y nos hace vivir una buena vida si realmente escuchamos su voz y le seguimos.

Lo importante es permanecer con los ojos puestos en el buen pastor. Todos los pastores tienen que poner los ojos en él y seguir su camino. Solo así se podrá ser buen pastor de cara a los otros. El mal pastor busca la recompensa, la loa y el sentirse bien. Lo que motiva al buen pastor es seguir al único pastor, ese es el único horizonte vital.

También para nosotros, como comunidad cristiana, el horizonte es seguir el camino del buen pastor, ese que da la vida por sus ovejas. Eso nos lleva a entregar nuestra vida por los demás. En estas circunstancias tan complicadas de la pandemia, intentemos ser buenos pastores como ciudadanos, responsables, padres y madres de familias, empresarios, empleados o como lo que sea, a la hora de ejercer el poder, en la línea del buen pastor. No para provecho propio sino por el bien de los demás, cuantos más mejor, para poder servir de eco a ese buen pastor que, a través nuestro, de alguna manera, también está pastoreando.    

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