POBREZA Y JUSTICIA SOCIAL


La crisis que estamos viviendo tiene varias vertientes. La más inmediata es la sanitaria, con decenas de miles de personas fallecidas y cientos de miles de contagios. Otra vertiente es la económica. El necesario parón de la actividad para tratar de contener la diseminación del virus ha dado origen a un grave problema en muchas familias, al dejar de percibir los ingresos con los que muy ajustadamente podían llegar a fin de mes. En muchos casos, estos hogares tampoco pueden acceder al sistema de prestaciones sociales.

Corremos el riesgo de que lo que eran situaciones precarias, de vulnerabilidad económica, se transformen rápidamente en exclusión social. La exclusión del empleo impregna muchas otras dimensiones, como pueden ser la vivienda, la salud o las relaciones sociales. Este riesgo es especialmente importante en las familias con niños, las más dañadas por la crisis anterior. La vivencia de la pobreza en el periodo de infancia, aunque sea transitoria, condiciona severamente sus posibilidades de desarrollo futuro, mermando decisivamente su potencial de ingresos, sus oportunidades laborales y, en general, su bienestar.

Necesitamos extender las redes de protección para dar cobertura a lo que se ha convertido en una emergencia social. El gobierno está debatiendo cómo poner en marcha una renta mínima que mejore la actual red de prestaciones, llena de agujeros y muy desigual por territorios y grupos de población. Terminar de tejer esta última red e ir acercando la protección social al modelo que tienen el resto de los países de nuestro entorno es necesario. Las críticas que se están haciendo sobre el posible gasto y sobre cómo va a desincentivar la búsqueda de trabajo de los perceptores, difundidas desde distintos ámbitos, incluso miembros de la Conferencia Episcopal, parecen desconocer no sólo cómo funcionan realmente estos programas sino la crudeza de la realidad que ya están viviendo cientos de miles de familias.

Un mayor esfuerzo público no será suficiente, en cualquier caso, para que la ayuda llegue a quien más la necesita. Se necesita el esfuerzo de las organizaciones sociales y, sobre todo, de quienes desde la Iglesia siguen considerando la opción preferencial por los pobres y la justicia social una referencia ética inmediata. Los destinatarios privilegiados del evangelio son aquellos a quienes nuestra sociedad deja tirados en sus cunetas.


Asistir a quienes más ha golpeado esta crisis y promover a la vez sus derechos es una cuestión de justicia social. Desde la perspectiva creyente, a veces es bueno ir a las fuentes para encontrar fundamentos que nos ayuden en nuestros dilemas. En la Escritura, la justicia es un término relacional. Los profetas nos muestran que no se era justo por cumplir la Ley, sino en referencia al hermano y a Dios: es el rostro del hermano y su derecho a vivir lo que me hace ser justo. Ellos denuncian que lo legal puede ser injusto.

Un ejemplo de alternativa es el Jubileo que encontramos en el Antiguo Testamento. Aunque no sabemos si ocurrió realmente, era una forma justa de que no hubiera pobreza estructural. Para que se pudiera celebrar, todos tenían que dejar descansar la tierra no cosechando. Ese año todos comían lo mismo, que era una forma de expresar que todos eran hermanos, viviendo de la gratuidad de lo que daba la madre tierra. Comer juntos era algo muy importante, al participar del mismo principio de vida.

Ese año todos eran hermanos y se dejaban alimentar, frente a la otra forma de vivir, en la que había gente que ya nacía hipotecada. Para poder celebrarlo, había quienes tenían que renunciar a sus propiedades a favor del pobre –la remisión de la deuda–, a pesar de que la legalidad les confería sus derechos. Esa remisión de la deuda era vivir con una lógica distinta, que es la de la misericordia y la de la necesidad que tiene el otro de vivir: la lógica del Jubileo era la de la fraternidad. Y los profetas querían que no sólo fuera algo que inspirara lo que sucediera cada cincuenta años, sino siempre.

Asistir hoy a los más necesitados y denunciar las causas estructurales de la pobreza es vivir con esa misma lógica. La principal denuncia tendrá que ser que la realidad de la pobreza, aceptada por amplias capas de la sociedad, puede ser injusta. La clave, como decían los profetas, es que el rostro de mi hermano debe cuestionar mi modo de ver la realidad. Lo verdaderamente normativo hoy es el rostro de los más vulnerables y su derecho a unas condiciones dignas de vida. 

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