IMÁGENES DE LA TRINIDAD



Muchos recordaréis cuando en la famosa película de Javier Fesser “El milagro de P.Tinto”, en una escena se muestra a P.Tinto de niño en el colegio. En una clase de religión, el profesor pregunta a uno de los niños si el Padre unigénito es Dios, a lo que el niño contesta que sí. Al siguiente niño le pregunta si el Hijo primogénito también es Dios y, afortunadamente para él, cuando ya parecía que iba a recibir el impacto del borrador en su frente, también contesta que sí. A un tercer niño –el empollón de la clase, por lo que contesta– le pregunta si también el Espíritu Santo es Dios, a lo que responde que sí, añadiendo que el Espíritu Santo paráclito también es Dios. “Entonces si el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo también es Dios, ¿cuántos dioses hay en el cielo?”, pregunta al pobre P.Tinto, que contesta sucesivamente “tres” (amenaza de borrador), “dos” (borrador en la mano), “uno”, “¡ninguno!” (borrador en la frente).

Nos podemos poner en la piel del pobre P.Tinto, dado lo difícil que es explicar, y más a un niño, el misterio de la Trinidad: que Dios es uno y a la vez trino, que son tres Personas y un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El problema es cómo encontrar una traducción de esa afirmación desde la experiencia y dar con un lenguaje adecuado para expresarla. 

Muchas veces, los comentarios que se hacen en torno a la Trinidad nos parecen malabarismos del lenguaje. Schillebeeckx, en su libro Soy un teólogo feliz, dijo que “respecto a las especulaciones de la Trinidad, no veo qué añaden a mi experiencia de Dios; creo que nada. No dicen nada que sea aprovechable para la espiritualidad de la vida cotidiana”. Si eso lo afirma un gran teólogo, ¿qué podemos decir nosotros de nuestra propia experiencia de la Trinidad? Es muy difícil hacerlo desde el lenguaje, aunque no imposible. San Juan de la Cruz, utilizando la poesía, escribió en el Romance “tres Personas y un amado entre todos tres había, y un amor en todas ellas y un amante las hacía, y el amante es el amado en que cada cual vivía”. Me temo, sin embargo, que nuestras capacidades expresivas quedan muy lejos de las cumbres de la mística castellana. 

Más que poner a prueba las palabras, nos puede resultar más sugerente la utilización de algunas imágenes. Hay una palabreja que nos puede ayudar: pericoresis. No tanto por el término, claro, que es más difícil de aprender que algún tratado teológico, sino por lo que evoca. Se podría traducir como una danza alrededor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos habla de comunicación en clave de fiesta, una comunión de amor tal que sólo se puede imaginar como si las tres personas estuvieran danzando juntas. La traducción existencial de la esencia de Dios consiste en estar amando y la imagen de la danza puede ser una buena aproximación. 

Otra imagen que puede ayudarnos a entender esta forma de comunión es la del cuerpo. Los pulmones abastecen al cuerpo humano de oxígeno, pero no pueden realizar esa función si están fuera de él. Esa particularidad (dar oxígeno) sólo es posible si están incorporados a una totalidad (el cuerpo). El Padre sólo tiene sentido en la conexión con el Hijo y el Espíritu y viceversa. ¿Nos vale esto para nuestra vida cotidiana? Nos puede hacer entender que sólo podemos funcionar en relación con los demás.

Este amor trinitario es también como un amor de vasos comunicantes. El amor sólo tiene sentido cuando es acción. El gerundio (pobre P.Tinto) es tal vez la forma más afortunada de expresar esa realidad interna de Dios: Dios consiste en estar amando. Esa experiencia nos da nuestro secreto como personas: somos personas amando. Esto nos ayuda a imaginar las tres personas divinas a partir del amor, a partir de su relación con otros y como donación de sí mismos. El amor es su acto más propio, por el que son personas. Es importante también la conexión de este amor con la alegría. Lo mismo que ocurre con la alegría humana, que crece cuando se comunica, el amor es expansivo por naturaleza y tiene que comunicarse.

Otra imagen utilizada para explicar la relación interna de comunión de amor que es la Trinidad es la que se establece entre la madre y el recién nacido. En esa relación hay algo que es fundamental, que es que la madre encuentra su felicidad en la del bebé. Esta imagen expresa que la propia felicidad se encuentra en la felicidad del otro. Se convierte, así, de nuevo, en una relación de vasos comunicantes.

Otra posible palabreja que se ha utilizado para representar lo trinitario es el pan-intratrinitario. El pan-enteísmo significa que todo está dentro de Dios y este otro concepto significa la posibilidad de que el mundo esté dentro de la Trinidad. La pregunta, claro, es cómo traducimos esto. Si el mundo es parte del misterio interno trinitario podemos objetar que cómo es posible que dentro de Dios haya tanta fragilidad. No siempre es fácil dar respuesta, pero hay que verlo en perspectiva: Dios tiene que tener un plan de salvación, aunque ahora no veamos esa luz. Schillebeeckx, de nuevo, decía que “la aventura de este mundo la ha comenzado Dios y pase lo que pase tiene que terminar bien”. Hay que creer que la aventura no va a fracasar y que incluso el dolor y el sufrimiento, cuando se ven en esa perspectiva de comunión, se viven de otra manera. En medio de cualquier realidad humana, tan dura como la que hemos vivido estos meses, siempre estamos conectados con Dios.

Lo que hace una vida humana es el encuentro, la relación. Cuando hablamos de la posibilidad de que el mundo esté dentro de esa Trinidad estamos hablando de que ser en sí mismo y ser para los demás son dos cosas estrechamente unidas: soy más yo cuando soy más tú para los demás. Hay una parte de nosotros mismos que sólo se encuentra en esa apertura a los otros.


Una última imagen es artística y queda recogida en la foto que acompaña a este texto. Nos muestra una de las experiencias del amor trinitario, que es la consolación. Esta puede entenderse como poner el aliento en el corazón. La creación vuelve a suceder cuando la persona que está muerta recobra el aliento. En ese sentido, como en la imagen, toda la Trinidad trabaja para hacer volver a esa persona. Podemos ver el beso del Hijo a los pies, recordando el lavatorio, al Padre que besa la cabeza, recordando al padre del hijo pródigo, que se echó a su cuello y le besó efusivamente, y al Espíritu, que en forma de fuego apunta al corazón y al masaje cardíaco (“infundiré mi espíritu y viviréis”).   

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