LA EXPERIENCIA DEL VÍNCULO



Dicen que el dichoso virus puede dejar secuelas físicas que todavía desconocemos. No debemos bajar la guardia y hay que seguir respetando estrictamente las pautas de comportamiento necesarias para evitar el contagio. La pandemia, sin duda, dejará profundas secuelas, sanitarias, económicas y afectivas. La gran mayoría de ellas son negativas por el dolor que ha producido en tantas familias y en grandes grupos sociales.

Desde el plano espiritual, es posible también que el shock que hemos vivido haya tenido consecuencias positivas. Nos ha llevado a una situación existencial para la que no teníamos precedente y que nos ha obligado a dar vueltas al sentido de las cosas y de la vida. Hemos intentado vivir interiormente la fe en circunstancias complicadas y, en cierta manera, hemos sacado algo hermoso de lo más oscuro, que es que, pese a la quiebra de nuestras seguridades, hemos mantenido la confianza. Esa confianza viene de una fe que en cada circunstancia que nos toca vivir trata de hacernos comprender lo que está ocurriendo.

La confianza no es algo meramente intimista y estos días tan anómalos han sido una oportunidad de transmitirla externamente, pero es verdad que nace de una relación personal, que hay que fortalecer cada día. La base de nuestra esperanza es Jesús. La clave es volver a Él, fijarnos en su experiencia, para encontrar la constancia que necesitamos. Y el núcleo de su experiencia es el vínculo con el Padre. Esa experiencia va a definir su vida, su esencia más profunda. Esta relación tan intensa le va a dar un poder ilimitado, aunque el vínculo no le libere de las dimensiones conflictivas de la vida humana. De ello podemos aprender que en nuestra vida también puede haber conflictos y dificultades, pero el vínculo con Dios se mantiene siempre.

La relación de Jesús con Dios es singular, pero de alguna forma es trasladable a nuestra vida y es la que mantiene viva nuestra propia relación con Dios. La confianza original de Dios en el ser humano se hace manifiesta y explícita en Jesús. Su relación íntima con Dios, su Padre, es también fuente de confianza hacia los hombres, sus hermanos. Fue esa íntima comunión de Jesús con Dios, a quien experimentó como un ser absolutamente cercano, lo que le hizo tan libre.

El vínculo con el Padre aparece manifestado en distintos momentos, pero hay un término que es fundamental, que es “Abba”. Se puede traducir como “Papá”, ya que era el término que utilizaban los niños pequeños para dirigirse a su padre. El término expresa una relación íntima, con consecuencias existenciales en su vida:

-        Le va a dar confianza, pase lo que pase.
-        Le va a dar libertad. El ejemplo contrario es el del hijo pródigo, que al querer romper el vínculo con el padre encuentra la degradación.

Otro dato importante es que los lugares en que encontramos esta expresión remiten a un contexto orante, como en Mc 14,36: “Y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres»”. Esa experiencia del “Abba” llega también a nosotros. Como dice Pablo en Gálatas, “somos hijos en el Hijo” y el sabernos así es una experiencia liberadora de la desesperación y del sufrimiento. Pase lo que pase, nuestro vínculo de hijos no se va a romper, forma parte de nuestra existencia.

Para fortalecer ese vínculo debemos redescubrir cada día la identidad de Jesús. Ningún retrato terreno suyo -ya sea diseñado por un artista, por un exégeta o por un teólogo- es capaz de satisfacer lo que sentimos y lo que buscamos. ¿Cómo podemos descubrir su identidad? ¿Cómo la descubrieron sus primeros seguidores? Tal vez la clave es el reconocimiento de que una parte importante de su impacto viene de que hay algo en Él que trasciende lo humano. Por eso, la única forma que tenemos de percibir su identidad no es intelectual, sino que pasa por abrirnos a los ojos de la fe. Sólo desde esos ojos podemos relacionarnos con Él.

Nos pueden ayudar también dos verbos que marcan decisivamente su identidad, que son hacer y decir. Encontramos su identidad:

-        En lo que dice. Incluso los que no aceptaban la figura de Jesús reconocían la autoridad de su palabra.
-        En lo que hace: sanaciones, mesas compartidas…
-        En lo que los demás hacen con Él. Jesús no quería ninguna cruz, pero la asumió como fidelidad al camino del amor que había emprendido.
-        En lo que hace Dios con Él: resucitarle.

Podemos encontrar también la identidad de Jesús en la oración, que hace más fuerte cada día el vínculo con el Padre. La oración puede ser el momento en que nos descubrimos unidos a Dios y donde percibimos que lo que creíamos que no podíamos se vuelve posible. Allí podemos encontrar la fuerza que nos viene de Dios. Como hemos podido experimentar durante estos meses de pandemia, la clave es descubrir que hay un amor más grande que nos sostiene. Se trata de vivir la experiencia del vínculo: no estamos solos. No podemos nosotros mismos, pero unidos a Dios sí.

Comentarios

Entradas populares