SENTIRNOS PERDONADOS
Uno de los rasgos más distintivos de los hechos y dichos de Jesús es prescindir de esa actitud que nos lleva a buscar culpables en todo. Muchas veces nos cuesta interiorizar y dar sentido a problemas importantes y ante situaciones que nos incomodan o producen dolor una tentación frecuente es preguntarnos quiénes son los culpables de lo que nos está pasando. Es difícil no vivirlo en la pandemia, donde el bombardeo de acusaciones de culpabilidad es constante. Los políticos se arrojan los trastos entre sí y nosotros a ellos, se acusa a los jóvenes de ser irresponsables, nos convertimos rápidamente en vigilantes de los demás o buscamos en todo tipo de circunstancias la responsabilidad de algo que se nos escapa y que es nuestra gran vulnerabilidad.
Nos cuesta mucho perdonar a los que nos
han podido hacer daño, a quienes vemos como culpables de nuestras heridas. Lo
que nos hace más humanos, sin embargo, es, precisamente, la capacidad de perdonar.
Paul Tillich decía que somos cristianos cuando somos capaces de perdonar permanentemente
a quienes nos han herido. Es posible que el perdón sea lo más divino de Dios y lo más humano nuestro.
En los evangelios encontramos una ética
del perdón, que es lo prioritario de Dios, y no de la culpabilidad. Hay varios
pasajes que recogen cómo para Jesús lo fundamental es combatir el dolor y
perdonar y no la obsesión de buscar culpables. En la cruz, muere perdonando. En el evangelio de
este domingo encontramos la parábola del siervo sin entrañas. La
parábola establece una relación clara entre misericordia y perdón, entre perdón
recibido y perdón otorgado. Insiste en la responsabilidad de otorgarse
mutuamente el perdón.
Dios no trata al siervo sin entrañas
según sus méritos, sino que se compadece de él y le perdona. En ese perdón de
la deuda hay que tener en cuenta:
-
La cantidad (diez mil talentos), que
era lo que Judea pagaba al pueblo romano en impuestos; es tan grande que es
imposible que la pague
-
El rey perdona esa cantidad por pura
gratuidad. No le interesa la deuda, sino que le preocupa la persona del siervo.
La persona está por encima de todo. Posibilita que quien recibe ese amor tan
grande se comporte igualmente.
La lógica de la reciprocidad interesada,
por tanto, queda rota. Se nos invita a vivir desde otra lógica, que es la de la
gratuidad. El rey ha cortado con el pasado que ha atado al siervo; atrás queda
la relación con la deuda. Se abre la posibilidad de un nuevo comienzo, una
nueva creación. Queda rota la cadena de deuda/pago y la espiral de ofensa y
venganza.
El siervo no espera perdón sino
clemencia. No espera que le cancele la deuda. Dios, que está detrás de la
figura del rey en la parábola, actúa sin dejarse condicionar por la acción que
provoca el perdón (la deuda). Es un acto doblemente liberador: libera tanto a
quien perdona como al que ofende.
La parábola deja ver también que el
siervo no se ha dejado tocar realmente por la misericordia. No ha cambiado nada
en él; la lógica de la misericordia no ha sido comprendida. No ha entendido que
la compasión está por encima de la deuda y lo que hace con el otro compañero
muestra qué lejos está de Dios. Ha olvidado la deuda que él mismo contrajo y se
olvida también del don recibido. Es como ver la paja en el ojo ajeno y no la
viga en el propio. La parábola lanza también otro mensaje: los compañeros
tampoco se han enterado de nada. No han quedado tocados por la gracia de Dios.
Lo único que buscan es que pague la deuda, no han comprendido lo que el Señor
ha roto con su gesto.
La parábola nos invita a cultivar la
memoria del perdón. Quien no ejerce la misericordia está fuera del Reino. La respuesta
a la pregunta de cuántas veces hay que perdonar es tener una constante
disposición a hacerlo. La misericordia con clave de perdón es permanecer en esa
actitud. La permanencia en esa manera de vivir acredita ser misericordioso. Si no
somos capaces de perdonar hay razones para sospechar de nuestra capacidad de
seguir a Jesús. El perdón es algo así como la etiqueta de garantía del
verdadero seguimiento.
Para Jesús el perdón es ilimitado e
incondicional, también al enemigo. El amor que traspasa límites no es sino el
perdón que hace borrón y cuenta nueva de las ofensas pendientes y rehúsa
reavivar el recuerdo del daño sufrido. Negarnos a perdonar es aceptar que no
hemos comprendido el don del perdón que viene de Dios. Quizás solo sean capaces
de perdonar quienes han tenido una experiencia real de haber sido perdonados. Como
escribió José Enrique Ruiz de Galarreta, “el que ha conocido a Dios, a Abbá, sabe que está
perdonado de antemano, que Dios es un permanente perdón, una acogida
inquebrantable.”
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