VIVIR EL AQUÍ Y EL AHORA

Una de las metáforas que mejor describen nuestra experiencia vital es la del viaje. Se trata de hacer un viaje y aprender de ello, dejarse transformar por esa experiencia.

La tradición espiritual nos muestra que un primer viaje posible es el de la esclavitud a la libertad. Vivimos aprisionados por nuestros deseos, que nos pueden llegar a esclavizar. Esas ataduras las podemos resumir como una forma de vida egocentrada. La cuestión es cómo liberarnos de ese ‘yo’ tan protagonista y hacer algo así como una hemorragia narcisista. San Pablo nos lo recuerda cuando dice que tiene que morir el hombre viejo.

Un segundo gran viaje es el de la apariencia a la realidad. Cuando nos tocó estudiar filosofía, casi lo primero con que nos topamos fue con el mito de la caverna de Platón, donde solo se percibían sombras. Y en literatura leíamos en El gran teatro del mundo que todo son apariencias. Se trataría de encontrar cuál es la verdad de nuestra propia vida, cómo hacerla transparente y liberarnos de esta especie de sueño. En La vida es sueño, Segismundo, el personaje principal, resumía muy bien este mundo de apariencias: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

El tercer viaje podría ser el de la oscuridad a la luz. La luz es una metáfora del amor. El evangelio de Juan está lleno de referencias a la lucha entre la luz y la oscuridad. Es el viaje de la noche a la llama de amor viva, que decía San Juan de la Cruz. Edith Stein escribió que “quien quiere construir el edificio de la santidad tiene que adentrarse en la noche oscura de la propia nada para ser elevado hasta la luz del amor”.

Este triple viaje, presente en toda espiritualidad, nos habla de los elementos fundamentales de la vida cristiana. Y en este viaje, podemos pensar si realmente lo importante es fijarnos una meta definitiva, teniendo siempre las ideas clarísimas, que es lo que nos suele preocupar más. Cuando cumplimos las pequeñas metas que nos podemos poner en la vida, nos queda la sensación de que siempre hay algo más, una especie de “penultimismo”. Esto puede condicionar mucho nuestro viaje y, frente a esta forma de ver las cosas, la realidad es que si ahora mismo nuestra vida naufragara sin haber cumplido alguna de esas metas pendientes no sería un fracaso. Caer en la cuenta de esto tal vez sea una liberación.


Un poema que recoge muy bien esta idea es la
Canción marinera, de León Felipe. Detrás de la imagen del marinero está la concepción de la vida como un viaje por mar. Recoge una idea fundamental en el sentido cristiano de la vida, de despreocupación y confianza. Dice que no nos asuste naufragar porque el tesoro que buscamos no está en el seno del puerto al que queremos encaminarnos, sino en el fondo del mar (“no te asuste naufragar, que el tesoro que buscamos, capitán, no está en el seno del puerto sino en el fondo del mar”).

Se trata de estar atentos y vivir el aquí y el ahora, ya que todo lo demás vendrá por añadidura. La plenitud está en reconocer y asumir la fragilidad de la vida humana en ese aquí y ahora. En el fondo el mar es Dios, así que tenemos que liberarnos de las preocupaciones. Morimos hacia el interior de Dios y tenemos que vivir el aquí y el ahora.

En la película El festín de Babette se recoge lo mismo desde otra perspectiva. Para Babette, una criada francesa en la costa de Dinamarca en el siglo XIX, nada es imposible y se hará traer vino, champán, carne, pescado, caviar, queso y fruta de su añorada Francia, que en sus manos se transformarán en un placer para los sentidos. En la película se nos muestran algunas experiencias vitales que nos pueden servir de referencia en esta reflexión: por un lado, el miedo a lo desconocido de los feligreses puritanos, que tiemblan al pensar que los manjares derretirán sus paladares; por otro, se nos muestra a un general, consciente de sus malas elecciones vitales y atormentado por lo que pudo hacer y no hizo. Todos acaban rindiéndose ante la cena preparada por Babette y su valoración alegre y positiva del ser humano.

En la cena, el general se pone de pie y da un discurso antológico. Es un brindis que viene a decir que, en realidad, nuestras elecciones de la vida no importan nada. La gracia es infinita y no pone condiciones:

“La misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán mutuamente. En nuestra humana debilidad y miopía creemos que tenemos que hacer una elección en esta vida y temblamos ante el riesgo que corremos. Nuestra elección no importa nada. Llega un tiempo en el que se abren nuestros ojos y llegamos a comprender que la gracia es infinita y lo maravilloso, lo único que tenemos que hacer, es esperar con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no pone condiciones. Mirad, lo que hemos elegido nos es concedido y lo que rechazamos nos es dado. Incluso se nos devuelve aquello que tiramos porque la misericordia y la verdad se han encontrado y la justicia y la dicha se besarán”.

 En un momento de la vida se nos abren los ojos y vemos que más que llegar a una meta prefijada, se trata de vivir la densidad del momento. Naufragaremos, pero no pasa nada, porque vamos a llegar al fondo del mar, que es el tesoro.

Comentarios

Entradas populares