ME VOY CONTENTO, AUNQUE ME CUESTE HACERLO

HOMILÍA DESPEDIDA DEL ENCUENTRO

10-11 OCTUBRE 2020

 

Is 25, 6-10a

Sal 22, 1-6

Flp 4, 12-14.19-20

Mt 22, 1-14

 

Acabamos de escuchar de boca del profeta Isaías: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”. Toda la esperanza cristiana descansa sobre la salvación que nos viene de Dios. Salvación de lo malo, de nuestros pecados, del desamor, de la enfermedad, de la muerte. Todo eso tiene cura, pero no será hasta la venida de Jesús cuando esa cura se concrete y perfeccione, una cura que se concreta en un gran banquete, el banquete del Reino, donde todos somos invitados. Ese banquete del que otro banquete, el de la eucaristía, es adelanto. El banquete del amor fraterno, que desborda alegría. El banquete de la fe, que nos hace confiar y ponernos en manos de Dios, incluso en medio de una pandemia. Hasta que lleguemos a la culminación de los tiempos, cuando llegue el banquete definitivo de Cristo, estamos como peregrinos recorriendo el camino que a cada uno nos ha tocado, descubriendo trazos, ciertos anuncios del futuro banquete que se nos ha prometido. 

Cuando llegué a esta parroquia en el año 2003 compré esta planta que veis en el baptisterio. Entonces era un pequeño tronquito y a penas tenía hojas, era canija y chica. La puse en la puerta de mi casa, y allí ha estado estos 17 años, a veces seca y casi a punto de morir por falta de riego, otras bien frondosa y lozana, como está ahora. La puedo usar como reflejo, como símbolo de mi paso por esta parroquia. Quiero dar gracias a Dios porque en mi camino concreto, como un anuncio de ese banquete festivo de Cristo Jesús con la humanidad, ha querido poner durante 17 años a esta comunidad parroquial de Nuestra Señora del Encuentro en el centro de mi vida. Aquí he descubierto su rostro a través de vuestros rostros. Doy gracias a Dios por el cardenal D. Antonio María Rouco y a Javier Cuevas, el Vicario episcopal entonces de esta Vicaría 8, que quisieron traerme a esta parroquia. Debido a esa decisión han sido muchas las alegrías  que he podido disfrutar a vuestro lado en estos años. Y también por el cardenal D. Carlos Osoro y a Ángel Camino, el vicario actual, que me posibilitaron pasar estos últimos 5 años con vosotros ya como párroco. Ese es parte del misterio de la Iglesia. Por medio de personas y mediaciones concretas elegidas por Dios, él se hace presente en nuestra historia.

Llegué con 33 años, joven, y me voy con 50, ya no tan joven, pero habiendo contemplado en vosotros, desde la sencillez y la humildad de esta parroquia, el rostro de Jesús. Han sido muchas personas, grupos y actividades de las que he participado: más de 15 campamentos, un montón de excursiones, alguna que otra JMJ, convivencias, fiestas de la parroquia y del barrio, visitas a vuestras casas, a enfermos en hospitales, reuniones de vida y de oración, retiros, charlas, bodas, bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, muchas eucaristías compartidas, confesiones, acompañamientos, asambleas parroquiales, etc. tantos momentos hermosos… He sido muy feliz, me he sentido muy querido y durante todo este tiempo os he sentido como mi auténtica familia.

El que mejor me ha reflejado ese rostro de humildad, sin duda, ha sido Antonio Pla, mi compañero y mi hermano todos estos años. Distintos y complementarios, nos queremos, respetamos y apoyamos en todo momento, y esto ha sido para mí fundamental, y creo que también para él y para la parroquia. Mucha paciencia ha tenido conmigo, y se lo agradezco de todo corazón. De él he aprendido, sobre todo, que lo más importante de un cura no es tanto hacer muchas cosas, sino estar, estar al modo que estaba Jesús con la gente, privilegiando el contacto personal, la presencia cayada y discreta, aunque a veces esto sea incluso más complicado y más cansado que el activismo enfervorecido en el que a veces caemos en la Iglesia, que tan poco evangélico es y que tan alejado está del actuar de Jesús.

También doy gracias a Dios por Antonio Herrero, ahora como sabéis de vuelta a su misión en Benín. Durante los años de enfermedad de sus padres nos acompañó en la parroquia y formó parte del equipo sacerdotal como uno más, desde su alegría y simpatía que nos ha hecho comprender mejor la alegría del evangelio.

Doy gracias a Dios también por todas y cada una de las personas que he tenido la suerte de encontrarme en esta comunidad familiar y viva. Especialmente doy gracias por los favoritos de Dios entre nosotros: las personas mayores, los enfermos, los niños, la gente con dificultades. En el trato diario con vosotros he descubierto el rostro de Jesús pobre que se hace uno más entre nosotros renunciando a las riquezas humanas para hacerse más accesible a todos. También doy gracias a Dios por todos los que estáis más directamente involucrados en la pastoral de la parroquia y que hacéis posible que el evangelio de Jesús se siga anunciando con palabras y obras en medio de nuestro barrio de Bellas Vistas. He sido testigo de primera mano de no pocas renuncias personales y trabajos heroicos para poder celebrar dignamente nuestra fe en la parroquia, para poder anunciar el evangelio en numerosos grupos y catequesis, para ayudar a niños y jóvenes desde distintos proyectos y acciones, para estar cerca de los vecinos de nuestro barrio que lo pasan peor desde una palabra de apoyo y esperanza, para abrirnos a la solidaridad con otros hermanos aunque estén lejos. No menciono en concreto ninguna de esas iniciativas y grupos, pues nos llevaría mucho tiempo hacerlo y podría dejarme accidentalmente alguna. También doy gracias a Dios por todos los que habéis acudido día tras día, domingo tras domingo a nuestras celebraciones parroquiales, para alimentaros con la palabra de Dios y con su presencia en la eucaristía, además de hacer comunidad celebrando juntos. Os he sentido muy cerca y también habéis sido parte importante de mi vida, compañeros de camino que celebramos nuestra fe sin complejos, y formando parte de la misma familia que es la Iglesia. Y cómo no, recuerdo muy especialmente a todos los miembros de nuestra parroquia que han fallecido en estos 17 años. Hemos despedido a muchos que por su edad, por procesos de enfermedades graves, por accidentes o de repente nos han dejado. Espero que nos volvamos a encontrar con todos ellos en el banquete eterno de Dios donde nos unirá el amor y la alegría. En resumen, en estos 17 años he formado parte con orgullo de una comunidad que ha trabajado sin descanso y en comunión con toda la Iglesia Universal para salir al encuentro de miles de personas en nuestro barrio a las que se ha invitado al banquete festivo de Dios. Le pido que durante muchos años siga siendo así entre vosotros.

También doy gracias por la generosidad que ha tenido la parroquia conmigo, pues he tenido en estos años no pocos encargos pastorales, estudios y temas varios que a veces han limitado mi presencia entre vosotros. Todos estos encargos pastorales que he tenido que compaginar con la parroquia. Comprendo que no siempre ha sido fácil, y que a veces me ha restado tiempo de presencia entre vosotros y buena parte de mi energía. Pero siempre los he considerado parte de mi ministerio de servicio a la Iglesia. 

Doy gracias a Dios por el barrio de Bellas Vistas al que he tenido la suerte de conocer desde dentro y en profundidad, no sólo siendo un vecino más, sino siendo testigo de cantidad de asociaciones, movimientos vecinales y vecinos anónimos que desde dentro o fuera de la Iglesia intentan mejorar las condiciones de vida en nuestro barrio, o simplemente convivir. Con ellos he aprendido una lección inolvidable de presencia del Espíritu fuera de Iglesia, en medio de la sociedad civil, a la que deberíamos perder el miedo los cristianos. Nuestro barrio está muy necesitado de testimonios de solidaridad, respeto mutuo y convivencia, donde tenemos mucho que aportar y donde, desde mi experiencia, se nos recibe con los brazos abiertos.

Es de justicia que además de dar gracias a Dios por todo lo anterior, os pida perdón. Durante todos estos años han sido muchos los errores, defectos, debilidades, despistes, descuidos, pecados míos que habéis sufrido por mi culpa. Soy consciente de que no han sido pocos, que a veces mis errores os han podido alejar del evangelio o de la Iglesia y espero que me perdonéis por todos ellos. Los curas no somos perfectos, yo desde luego no lo soy, pero esas imperfecciones nuestras quizá os pueden ayudar a entender que el maestro al que seguimos no cuenta con nosotros, no nos elige porque seamos perfectos, sino porque nos ama. Anunciamos una Buena Noticia que nos supera a todos, desde nuestras imperfecciones. Agradezco vuestra comprensión con mis enfados, mi falta de paciencia, mis borderías, mis errores de fondo o mis épicos despistes que durante todo este tiempo hayáis podido sufrir. Lo siento sinceramente, y me disculpo de corazón.

Como ya os habréis enterado, me marcho a la parroquia de Ntra Señora de las Victorias, en la calle Azucenas, en Tetuán, cerca de la plaza de la Remonta. Mi marcha ha sido discernida, dialogada y planificada. Considero que ya llevo mucho tiempo entre vosotros y que el cambio nos vendrá, a la larga, bien a todos. También se da la circunstancia de que mis padres necesitan que esté más con ellos, y desde allí, al estar más cerca de su casa, me resultará más fácil atenderles. Sé que estos cambios cuestan, a mí el primero, pero por fidelidad evangélica y eclesial, a veces es necesario realizarlos, para concluir etapas en las comunidades y renovar el Espíritu con nuevas personas. En el camino de la fe sólo uno es imprescindible, y a veces los cambios nos ayudan a recordarlo. Es cierto que estamos viviendo un momento complicado con la pandemia que sufrimos y que quizá no sea el momento más oportuno, pero no es menos cierto que no podemos dejar que dicha circunstancia marque nuestra agenda como comunidad parroquial. Seguro que todos lo comprendéis. Me voy contento aunque me cueste hacerlo, y pido a Dios que vosotros también veáis la oportunidad de gracia que supone para todos nosotros este cambio.

Y termino pidiéndoos un favor personal. Desde el primer día que llegué a esta parroquia hasta hoy, siempre habéis sido conmigo cariñosos, cercanos, accesibles. Os pido que ahora eso mismo lo hagáis con Juan Carlos, mi sucesor y mi amigo. No os va a costar quererle, ya que se hace de querer con facilidad. Es una excelente persona, un buen sacerdote de Cristo, y espero que le ayudéis, como habéis hecho conmigo, a ser, cada día que pase, mejor servidor vuestro. Sé que lo haréis y que lo recibiréis con alegría, abriendo vuestras vidas a la bocanada de aire fresco del Espíritu que sin duda va a significar Juan Carlos para la parroquia.

Esta planta símbolo de mi paso por esta parroquia se quedará aquí, para que cada vez que la veáis os acordéis aunque sea un poquito de mí. Yo os aseguro que no os voy  olvidar nunca. Me encomiendo a vuestras oraciones para que Dios me conceda seguir estando al servicio de la Iglesia y del mundo donde me toque. Como decía San Pablo a los Filipenses, creo que estoy preparado para ello, pero siempre necesitaré que me acompañe la gracia. Os veré de vez en cuando, ya que no me voy lejos. Esto es más un “hasta luego” que un “adiós”. Que nuestra madre María, Nuestra Señora del Encuentro, Nuestra Señora de las Victorias, nos acompañe a todos con su protección. Así sea.


Pablo Nicolás, pbto.


   

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