UN MÍSTICO PARA EL SIGLO XXI

Hoy, 14 de diciembre, celebramos la festividad de San Juan de la Cruz, uno de los místicos más relevantes en la historia de la Iglesia. Recordar su figura, y sobre todo su obra, es abrir la ventana a una intensa experiencia de Dios y a un encuentro con nuestro ser más auténtico. En estos tiempos tan complicados, en los que lo cotidiano se ha vuelto tan complejo y en los que el desconcierto y el desánimo pesan más que la alegría y la esperanza, su propuesta espiritual tiene una actualidad impactante. Como supo anticipar Karl Rahner en su conocida sentencia, el cristiano del siglo XXI será un místico o no podrá seguir siendo religioso. Y ese mañana del que hablaba el gran teólogo hace algunas décadas ya es nuestro hoy.

Como muy bien expresa Juan Antonio Marcos en Un viaje a la libertad (Editorial de Espiritualidad), Juan de la Cruz no nos ofrece una teoría acabada, ni un esquema teológico redondo, sino que simplemente nos cuenta una experiencia vivida. Nos invita a adentrarnos en ese mundo interior que todos llevamos dentro, que nos conecta con lo más auténtico de la vida, con lo mejor de nosotros mismos y, con ello, con Dios. Su legado es una propuesta vital en que es la fe la que nos guía y el amor el que nos mueve.

La experiencia contemplativa de Juan de la Cruz es uno de los caminos que nos pueden enseñar a vivir de otra manera, especialmente cuando, como ahora, lo externo nos remueve profundamente por dentro. La estela de este camino, surcado por las huellas de la fe, se muestra visible en toda su obra. En la Subida al Monte Carmelo se nos propone recorrerlo a través de tres claves plenamente actuales:

a) El camino de la fe: hacia una vida confiada

Juan de la Cruz dice que hay dos luces que nos iluminan. Una primera es la del entendimiento, que para él está conectada con la meditación de la palabra. En un momento determinado, en ese viaje aparece la luz de la fe. Utiliza para ello la metáfora del alimento: “por más que dediquemos tiempo a masticar la palabra ya no produce ningún efecto”. Ya no es cuestión de seguridades intelectuales, sino de saber abandonarse.

Él habla de “ir a oscuras y segura”. Se refiere a que la luz del entendimiento se ha oscurecido y necesitamos otra más poderosa. La luz de la fe es la verdadera seguridad de una vida, que no es cuestión de seguridades intelectuales sino de abandono confiado (“En la noche del sentido todavía queda alguna luz, porque queda el entendimiento y razón, que no se ciega; pero esta noche espiritual, que es la fe, todo lo priva…, va más segura porque va más en fe”). Vamos más “seguros” porque hemos empezado a confiar. Es una invitación a vivir la vida de otra forma, en clave de abandono confiado.

b) El camino de la esperanza: hacia una vida plena

Paul Tillich decía que somos más fuertes cuando esperamos que cuando poseemos. Juan de la Cruz pone esa esperanza en relación con la memoria. Parece algo contradictorio porque remite al pasado, pero él concibe una memoria de pasado y otra de futuro. Hay una esperanza más poderosa que los recuerdos que nos pueden hacer daño. Cuando guardamos rencor nos pasa como a los alimentos que se pudren o se amargan. Si el recuerdo nos hace daño es que no hemos perdonado. Viviendo el perdón saneamos nuestra propia vida.

Hay también una memoria de futuro, que Juan conecta con los miedos, que son como una cárcel. Tal vez sea la sensación que nos ha agarrotado desde el comienzo de la pandemia. Frente a ello, la apertura a la esperanza nos puede llevar a liberarnos de los miedos del futuro. Juan escribe que “Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge”. Todo ser humano se puede llenar de Dios y el viaje es hacia la esperanza. Esta nos tiene que hacer vaciar la memoria de todo lo que no es Dios para llenarla de todo lo que sí lo es. En lugar de atarnos a vínculos que nos esclavizan, se trata de buscar uno más grande que nos ayudará a sanear memorias y miedos.

Hay que confiar, de nuevo, como punto de partida. Da igual que le cerremos las puertas a Dios porque al final entra. Juan de la Cruz nos pide que perseveremos y que nos vaciemos. Es una invitación a la confianza absoluta, la certeza de que Dios visita a todo ser humano.

c) El camino del amor: hacia una vida centrada

Juan de la Cruz nos propone, en tercer lugar, la virtud del amor para centrar la vida: “Llamamos esta desnudez noche para el alma, porque no tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan…, sino la voluntad y apetito de ellas”. Desnudez no es más que una metáfora para el desapego. No se trata tanto de carecer de las cosas o no disfrutarlas, sino de no estar apegado a ellas. Podemos conseguirlo cuando descubrimos un amor más grande.

Es posible que esté aquí el secreto último de la vida. La persona que ha hecho la experiencia de libertad en unión a Dios –en clave de amor– es la que ha llegado a la plenitud de lo humano. La clave de esa libertad está en el amor mejor, que es el de Dios. Hemos encontrado un amor más grande y lo demás palidece. El que está vinculado a lo último es libre y ninguna experiencia humana puede ser más fascinante. Y, como nos dice San Juan de la Cruz, todos estamos invitados.

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