REORDENAR NUESTRAS PERTENENCIAS

En el Evangelio de Marcos de este domingo encontramos la llamada vocacional. La urgencia de la proclamación del Reino lleva a Jesús a buscar personas que hagan el camino con él. Se rodea de una comunidad con la que va a llevar adelante su proyecto. Esta llamada no acontece en el templo de Jerusalén o en las escuelas de rabinos, sino en la vida cotidiana, donde los discípulos trabajan y viven. No es una llamada vinculada a leyes rituales sino a la fe: implica para los discípulos una transformación de sus vidas.

Marcos nos cuenta que Jesús, nada más ponerse en marcha, proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado». Al anunciar el Reino está pidiendo que quienes lo escuchen cambien radicalmente y se adhieran al anuncio. Marcos no explica el Reino de Dios. Lo que hace en su evangelio es narrar cómo los hombres y mujeres que escuchan a Jesús se van transformando. Y la primera de esas narraciones es la llamada vocacional.

El dicho “os haré pescadores de hombres” fue escuchado directamente de los labios de Jesús, ya que no aparece como una expresión positiva en otros lugares y la misión de los discípulos no volverá a expresarse así. Se usa esta imagen, en primer lugar, porque eran pescadores, pero también porque en el mundo antiguo era una imagen para hablar de los maestros.

¿Qué comporta la llamada? En primer lugar, adhesión personal y existencial de los discípulos a Jesús. Jesús los llama para estar con él y vincularlos al proyecto del Reino. La iniciativa procede de Jesús. “Pasando Jesús junto al lado de Galilea” recuerda a Elías, que “pasó junto a Eliseo”, pero antes “Dios pasó junto a Elías” y “Dios pasó ante Moisés” cuando este le pidió contemplar su gloria. Marcos está vinculando a Jesús con Dios, que pasa ahora ante los primeros discípulos.


Jesús les pide reordenar la existencia dejándolo todo, tienen que reordenar sus pertenencias y lo hacen. A veces esa imagen nos resulta casi bucólica, pero en el contexto del mundo antiguo mediterráneo la familia era más compleja que una realidad de tipo afectivo: era una unidad de producción. Los varones tenían el oficio del padre, y era honorable confirmarlo, y las mujeres tenían que ser buenas esposas y madres. Dejar el trabajo suponía dejar la familia y, por tanto, dejar de aportar al bien común, lo que era algo deshonroso. Dejar las redes suponía abandonar al grupo que te da nombre y lugar social. Era pasar a ser a nadie.

Jesús les pide que abandonen las formas de vida adquiridas y que inicien un camino que apenas está hecho. Les está pidiendo que se tambalee la consistencia con la que enfrentan la vida, los parámetros conocidos, sabidos y ensayados. Tienen que reordenar los códigos de interpretación de las cosas compartidas en la vida cotidiana. Sus creencias, valores, modos de sentir, de relacionarse, de actuar. Como dice Halvor Moxnes (Poner a Jesús en su lugar), les pide que sean “personas desplazadas”. Con el “sígueme” les pide que se muevan. Jesús va haciendo camino y los discípulos van detrás de él. Lo más importante no es aprender sino seguir.

Nuestra lectura creyente del texto nos lleva a personalizar esa llamada con nuestro propio nombre y desde nuestra auténtica realidad para ver cómo pasa Jesús por nuestras vidas. Nos invita a no tener miedo de confrontar permanentemente nuestra vida y discernir a la luz de su proyecto qué tenemos que ir viviendo. Se trata de reorientar la vida desde el consentir que algo de Jesús pase a nosotros. Más que dejarlo todo, es tratar de vivir la alegría de encontrar la perla escondida. Jesús nos está planteando cada día que si vamos con él hay algo suyo, de su modo de ver y de vivir, que va a compensar cualquier renuncia.

Comentarios

  1. Gracias querido Luis, me ha ayudado mucho en este momento de mi vida de un cambio profundo, gracias como siempre por tus valiosas aportaciones amigo, unidos en oración.

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