RETIRO DE CUARESMA EN LA PARROQUIA DEL ENCUENTRO
Este fin de semana hemos tenido el retiro de Cuaresma en la parroquia. Para ello hemos contado con Ignacio Manresa, párroco de la Parroquia Sagrado Corazón de Alcorcón. Para su reflexión ha tomado como referencia la oración de la Madre Teresa:
El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio.
El fruto del servicio es la paz.
Ignacio ha ido desgranando cada una de estas cinco frases ofreciéndonos pautas para la interiorización.
El fruto
del silencio es la oración
La
primera clave en este itinerario es tener una relación personal y viva con
Dios. La oración es el trato de amistad con Dios. En los evangelios encontramos
varias referencias: los discípulos le piden que les enseñe a orar, una petición
que podemos hacer nuestra, y contemplamos también cómo Jesús se retiraba a
orar.
La clave
es acercarnos a ese silencio. Puede haber silencio exterior, pero lo que
necesitamos es el silencio interior. Para ello hay que saber dejar las cosas.
Muchas veces ese silencio nos lo impiden las ocupaciones, las preocupaciones o,
sobre todo, nuestros deseos desordenados. No nos dejan oír la voz de Dios. Necesitamos
abrirnos a la misericordia de Dios para poder escuchar su voz.
El fruto
de la oración es la fe
La fe es
ver las cosas como Dios las ve. Entrar en esa forma de mirar nos lleva a ver a
cada persona como a otro Jesús. Es también vernos a nosotros mismos con los
ojos con los que Dios nos ve. Y nos lleva también a ver los acontecimientos de
la vida como Dios los ve. Necesitamos abrirnos a esa mirada más grande. Si lo
hacemos, empezaremos a ver su presencia en cada cosa y, muy especialmente, en
la Eucaristía.
Sin
cultivar ese trato personal que es la oración, no podemos verle. Necesitamos rezar
para poder hacerlo aquí y ahora. La pregunta que nos podemos hacer es si veo
las cosas con los ojos de Dios.
El fruto de la fe es el amor
Lo
primero es descubrir que somos amados por Dios. Como dijo la Madre Teresa, “de
tal manera que Él tiene sed de nosotros”. Tiene sed de tomar parte en mi vida y
de que yo viva con Él. El gran tesoro que tenemos es descubrir que Dios nos ama
así. Ese es el fruto de la fe. Para ello tiene que darse una condición que está
en nuestra ladera: hay que dejarse amar por Él. La Madre Teresa lo expresaba
así: “Jesús, creo en tu amor por mí, te amo”.
Desde ahí
Jesús nos lleva a amar a cada persona con el mismo amor con el que Él nos ama. Debajo
de cada persona está la imagen de Dios.
El fruto
del amor es el servicio
Como
decía la Madre Teresa, es un servicio “one-one” (uno a uno). Es mirar a cada
uno y ver lo que necesita. Y ese amor empieza en los más cercanos. Se convierte
en servicio, en ver lo que pueden necesitar. El servicio no tiene límites, hay
que “amar hasta que duela”, como tan bien supo expresar la Madre Teresa. Amar
cuesta, pero el amor es así, sin límites.
El amor
es también “en acción”. El mejor ejemplo es María, que salió deprisa y se puso
en camino. La dinámica del servicio exige el olvido de uno mismo.
El fruto
del servicio es la paz
El
atractivo tan grande que tienen las personas de Dios es la paz. La conocida oración
de San Francisco resume muy bien esta petición: “Señor, haz de mí un
instrumento de tu paz”.
Llegar a
esto es finalizar camino. El itinerario trazado nos invita a hacernos cada una
de las preguntas de forma personal:
-
¿Hago
silencio? ¿Qué lo impide?
-
¿Cómo
trato a Dios en la oración? ¿Es alguien vivo?
-
¿Cómo es
mi fe? ¿Cómo veo las cosas?
-
¿Me dejo
amar por Dios? ¿Cómo amo a los demás?
-
¿Cómo es
mi servicio? ¿Sirvo a cada persona?
-
¿Tengo
paz en mi alma? ¿Soy un instrumento de paz?
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