CRISTO REY: EL CAMPO DE LA ESPERANZA
Acercarse
a la imagen de Cristo Rey no es fácil. Para algunas personas, el título de rey
evoca una imagen de poder, que en determinados momentos de la historia fue
utilizada, de forma exaltada, por movimientos políticos. Es lo opuesto a lo que
hemos venido escuchando los últimos domingos en los textos del evangelista
Marcos, en los que ha ido mostrando que la nueva comunidad que quiere construir
Jesús encuentra su sentido en el servicio y no en el poder.
Tal
vez nos pueda dar pistas pensar más en clave de Reino que de Rey, aunque la
expresión Reino de Dios es también difícil de comprender: ¿Es Dios mismo? ¿Es
una nueva realidad? ¿Está ahí ya pero todavía no? ¿Es un don que podemos
recibir o una tarea? Los evangelios nos complican un poco la vida, ya que en algunos
pasajes el Reino aparece como una realidad futura (pedimos “venga tu Reino” en
el Padrenuestro), pero también como algo ya presente (“el Reino de Dios está ya
entre vosotros)”.
Esa
última frase nos muestra que para Jesús el Reino ya está aquí. La salvación se
ha iniciado ya y no se la podrá detener. La capacidad explosiva del Reino de
Dios se desactiva si se le traslada a un futuro lejano o, también, si se le priva
de un lugar: “del mismo modo que el Reino de Dios tiene su kairos, es
decir, su tiempo cualificado, tiene también su topos, su lugar” (Gerhard
Lohfink, Jesús de Nazaret. Qué quiso, quién fue). No es, por tanto, una
utopía, sino un acontecimiento cuya realización se inicia en la historia.
Es
verdad que las dichosas preposiciones nos pueden dar un poco de guerra. La
pregunta de si el Reino está “entre” o “dentro” no es baladí. Parte de la
teología de la primera mitad del siglo XX se construyó sobre una idea muy
individualista del Reino. El famoso teólogo alemán Adolf von Harnack llegó a
decir (Esencia del cristianismo) que “el Reino de Dios viene cuando
llega a los individuos concretos, encuentra entrada en sus almas y las
conmueve”. La idea de que el Reino solo tiene que ver con personas concretas y que
es algo profundamente interior es, sin embargo, una reducción radical de la
proclamación de Jesús. El Reino irrumpe en medio de nosotros y todas las
dimensiones de la realidad quedan bajo él. A Jesús no solo le preocupaba
nuestro interior, sino también la completa transformación de la sociedad.
Aun
así, es cierto que algo tiene que moverse dentro de nosotros. Lo resume muy
bien la doble parábola del campesino que encuentra un tesoro escondido en el
campo y del comerciante que encuentra la mejor perla. Lo más importante que nos
muestra esa composición es la enorme alegría que les produce ese encuentro (“lleno
de alegría, vende cuanto tiene…”). Esto nos da otra pista para entender que
descubrir el Reino, lo que Dios quiere hacer en el mundo, nos debe producir una
alegría extraordinaria. Lo fascinante de ese Cristo, al que podemos llamar Rey,
es que su entrega total a la causa de Dios no hace de él una persona lúgubre ni sus renuncias se convierten en agresiones contra otros. Por
el contrario, ese Rey se mantiene hasta el final como una persona con una
libertad y alegría asombrosas.
Volviendo
a la parábola del tesoro y de la perla, quedémonos también con el beneficio
enorme que reciben quienes consiguen esa riqueza por dar un giro radical a sus
vidas. El Reino de Dios se nos muestra con una plenitud desbordante. Y esa
sobreabundancia llega especialmente a sus destinatarios
privilegiados, que son los pobres y excluidos. En la primera bienaventuranza se
dice que de ellos es el Reino; es de los únicos que se afirma. El salmo 72 también nos presenta
a un Mesías-Rey diferente, vinculado a la idea de justicia (el rey que salvará la vida de los pobres). Eso fue precisamente lo que hizo Jesús:
compartir mesa con los despreciados por la sociedad, libre frente a toda forma
de poder.
El
Reino aparece, por tanto, como una realidad liberada en forma de servicio. Cada
una de nuestras vidas es un tiempo abierto, de confianza, de esperanza en manos
de Dios. Estamos destinados a algo más grande que lo que vemos, pero tenemos
que poner delante a los más débiles y vulnerables para que ese Reino se
extienda. El Reino no es una realidad acabada sino sólo iniciada, que alcanzará
algún día su plenitud. Que esa plenitud esté en esperanza no significa que no podamos
experimentarla ya, aunque sea en fragmentos. Al paso de Jesús todo queda
liberado: abre el campo de la esperanza.
LAC
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