QUE NO SE NOS ESCAPE LA NAVIDAD
La
canción “No durmáis” del grupo Kairoi, que se puede escuchar en el enlace de
arriba, nos ha acompañado muchas navidades. Su comienzo refleja bien lo que nos
suele pasar estas fiestas, que es que, en medio de ruidos, luces y festines, la
Navidad se nos escapa y perdemos, con ello, la oportunidad de encontrarnos con
el misterio de un Dios que nos ofrece su última palabra en carne de niño. Todo
lo que celebramos estos días tiene su origen en que Dios se ha encarnado y la
luz que trae este niño nos iluminará ya para siempre.
Situar
este principio fundamental en el centro de las fiestas —y en nuestro propio
centro— no es fácil. Son tantos los convencionalismos y tan arraigados están
los patrones sociales que es difícil dar el salto desde lo superficial del
paquete “comidas y regalos” a la hondura que supone acoger a Dios que viene a
nuestro encuentro. ¿Por qué un año más se nos puede escapar la Navidad? Son
varias las vías para que esto suceda.
La
primera es, hablando coloquialmente, un posible estado de atocinamiento
colectivo. Aunque suene a tópico, las luces comerciales nos pueden
deslumbrar, los excesos gastronómicos nos pueden indigestar y los encuentros
con familiares y amigos los podemos vivir simplemente como un trámite que hay
que pasar. Si esto sucede, tal vez sea porque no hemos sido capaces de
discernir qué es lo verdaderamente relevante de estas fiestas. Una pregunta que
tendríamos que hacernos es en qué se diferencia lo que hacemos y sentimos estos
días de cómo celebran la Navidad aquellos a los que la referencia de un Dios
que se hace frágil les suena a chino mandarín.
Otro
posible estado es el de los deportistas que entran en el terreno de juego sin
suficiente calentamiento. Lo más probable es que se lesionen o que
su rendimiento sea inferior al que tendrían si hubieran preparado su físico
para la exigencia del momento de entrar en competición. En nuestro caso, lo que
nos puede pasar es haber vivido el Adviento a medio gas. Sí, tal vez hemos
cantado las semanas previas aquello de preparar el camino al Señor o a lo
mejor, como los niños, puede que hayamos consumido diariamente las chocolatinas
de esos calendarios de Adviento con risueñas escenas navideñas en su cartonaje,
pero eso no es suficiente para entrar en la dinámica de prepararnos
interiormente para dar acogida a ese Dios que quiere que le recibamos. Para
hacerle un espacio hay que soltar lastre.
En estos tiempos tan complejos, tampoco podemos omitir la referencia a ese estado de sobresalto obligado que nos impone la pandemia. Creíamos que esta Navidad iba a volver a ser como la de antes de que empezara esta fatalidad, pero los contagios crecen, las restricciones también y el desaliento y la incertidumbre sobre cómo manejar esta situación siguen siendo grandes. Nos gustaría hacer más cosas, volver a reunirnos con tantas personas que nos resultan cercanas, pero velar por nuestra seguridad y la de los demás nos obliga a ser prudentes y a poner distancia física en las relaciones. Y no podemos olvidarnos de las familias a las que la pandemia ha llevado a una situación de pobreza. Recordemos que en nuestra parroquia ya son más de 270 las atendidas en la distribución de alimentos.
Es
posible también que un estado de nostalgia nos acompañe estos días. Es un
tiempo en el que resulta inevitable hacer memoria de nuestras personas queridas
y recordar los momentos entrañables vividos con ellas cuando estaban aquí. Siempre
serán navidades diferentes, al no poder compartirlas físicamente con quienes
nos dejaron. Sabemos, sin embargo, que ya están disfrutando de otra fiesta más
grande y eterna, en la que ese niño que viene ha preparado también una morada para
nosotros.
Si
no revisamos algunos de los estados que pueden bloquearnos, la Navidad se nos puede
volver a escapar. Una clave para evitarlo es poner a Jesús en el centro y que
nazca algo nuevo desde ese Dios que se hace vulnerable. Como proclamaron
algunos místicos medievales, de nada nos serviría que Jesús naciese mil veces
en Belén si no nace una vez en nuestra alma. Si damos ese paso, tocaremos de
cerca la felicidad que produce el encuentro con un Dios que va a estar con
nosotros para siempre. Y, tomando prestadas palabras de Karl Rahner, cuando
afirmamos que Dios está con nosotros, de ninguna manera podemos ser
suficientemente desmedidos en nuestra sed de libertad, de felicidad, de
proximidad del amor, de conocimiento, de paz y de pervivencia para siempre.
Como
dice la canción de Kairoi, se trata de escuchar al mundo entero, encontrar un
tiempo vivo para poder hacerlo y, sobre todo, no dormirnos ante la injusticia y
el dolor. Hagamos hueco a ese Niño que viene para… (que cada cual ponga aquí su
deseo). ¡Feliz Navidad!
LAC
Comentarios
Publicar un comentario