LA HUELLA SOCIAL DE LA PANDEMIA
La pasada semana la Fundación FOESSA presentó los datos de una investigación exhaustiva sobre las consecuencias sociales de la pandemia. La Fundación, bien conocida en el ámbito del estudio de la exclusión social, se constituyó hace varias décadas para conocer de forma objetiva la situación y el cambio social en España a través del análisis de los procesos, las estructuras y las tendencias que marcan la evolución social.
Los
datos del informe, los primeros en poner cifras y relato a las consecuencias
sociales de la pandemia, son reveladores: esta crisis sanitaria y económica tan
grande está dejando profundas cicatrices sociales. Las formas más severas de
exclusión han aumentado aceleradamente, cuando todavía muchos hogares no se
habían recuperado de la larga crisis anterior. La exclusión social aumenta en
todas sus dimensiones, sobre todo en el empleo y la vivienda, y la huella
social de esta nueva crisis está siendo especialmente profunda en familias con
menores, jóvenes e inmigrantes.
La
pandemia ha mostrado las costuras de una sociedad cada vez más fracturada, en
la que la parte más importante de los costes sociales de las crisis la pagan
las familias con menos recursos económicos, relacionales y que ya partían de una
situación más inestable e insegura. Los datos del informe revelan la fragilidad
de una sociedad en la que un segmento importante de ciudadanos siente
inseguridad, impotencia y desesperanza. En un modelo así los valores humanos y
éticos se diluyen.
Desde una lectura creyente de la realidad, esta constatación debe encender dos llamas: la de la indignación y la de la compasión. No podemos permanecer callados ante lo que es una sociedad estructuralmente injusta. La denuncia de las estructuras sociales que alimentan esas grandes bolsas de exclusión se convierte hoy en una exigencia moral. La Escritura nos muestra que es el rostro del hermano y su derecho a vivir lo que nos hace ser justos y estamos llamados a revindicar sus derechos.
En
segundo lugar, como dice el papa Francisco, debemos tomar conciencia frente a
la pobreza porque el primer pobre es Jesús. Él es el más pobre porque los
representa a todos. La presencia de los pobres en nuestra sociedad no puede conducir,
por tanto, a un acostumbrarse indiferente o a una resignación apesadumbrada. Urge,
por el contrario, buscar nuevas formas de compromiso que den respuesta a un
reto tan grande.
Dios
no da nunca a nadie por perdido. La nueva fraternidad de Jesús nos exige la
inclusión de los desechados de nuestro sistema, reconocer la dignidad de toda
persona y generar un dinamismo de vida que supere estar encerrados en nuestro
propio mundo. Como sociedad, y más como comunidad, nuestro porvenir está unido
al de los que las estructuras económicas y sociales dejan orillados en las cunetas.
El
reto ante esta realidad es hacer todo lo posible por construir una sociedad
distinta y mejor que la que hoy tenemos. Empecemos por hacer residencia en la
otra persona y viceversa, avanzando hacia un NOSOTROS cada vez mayor. Como dice
también Francisco, “abramos nuestro corazón para reconocer las múltiples
expresiones de la pobreza”. Provoquemos en nuestra comunidad un clima que nos contagie
de esto, potenciando que sea lugar de acogida y puertas abiertas, lleno de
vida, y seamos también nosotros ese mismo espacio de justicia y solidaridad.
LAC
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