UN DIOS-CON-NOSOTROS

Estando ya próxima la Navidad nos preparamos para celebrar que Dios viene y lo hacemos en presente. Es un tiempo que nos invita a detenernos para acercarnos también nosotros a ese mismo Dios que se nos acerca, un Dios-con-nosotros. Son días en los que estamos invitados a palpar el amor de ese Dios que siempre está viniendo.

Karl Rahner hablaba de un Dios que quiere comunicarse. Decía que el obrar de Dios “no es un monólogo para sí mismo”, sino que hace depender su propia palabra de nuestra libre respuesta. Dios no sólo ha creado el mundo, sino que ha descendido a él personalmente y para siempre con su Palabra eterna. Es un amor que desciende.

Nos invita a dar respuesta desde nuestra ladera y, con ello, a profundizar en cómo estar activos en la espera y a estar atentos al carácter creador de su amor, a la posibilidad de encontrarle en todas las cosas, al modo en que nuestras experiencias humanas hablan acerca de él o a cómo viene a nuestro encuentro en persona. Es tener conciencia de que en nuestro corazón hace ya tiempo que nos espera.

Acoger a ese Dios que viene haciéndose frágil tiene también una dimensión externa que nos debe implicar. La Navidad es la fiesta de la solidaridad, término que nuestro diccionario traduce como adhesión a la causa de otros. En la Navidad Dios se hace solidario con nosotros y se adhiere a nuestra causa en carne de niño.

Es tiempo, por tanto, para hacer presente la causa de los más débiles de nuestra sociedad, como esa carne frágil en la que se encarna el propio Dios. Hans Küng destacaba lo que llamaba la "dimensión política" de la venida de Dios para estar con nosotros. Encontramos en los evangelios de la infancia, que leemos durante el tiempo de Navidad, buenas pistas para que esta realidad nos interpele. Estos relatos proclaman una verdad que va más allá de la propia de unos hechos históricos. Se trata de narraciones cristológicas de muy honda reflexión. Son lo opuesto a una historia edificante o sutilmente psicológica.

Ponen de relieve aquello en lo que nos tenemos que centrar estos días, que es la verdadera importancia de Jesús como el Mesías que ha de salvar a todos los pueblos de la tierra. Nos muestran la verdadera paz, carente de poder, por la que esperamos su venida: la paz de espíritu, la liberación del miedo y unas condiciones de vida que la hagan digna de ser vivida. En definitiva, lo que esperamos es la felicidad compartida, que también llamamos la salvación de los seres humanos y del mundo.   

Nuestra actitud de espera en este tiempo debe atender a los signos que nos ofrecen esos relatos, que nos hablan de una alternativa: “el pesebre y los pañales son signos concretos que proceden de un mundo humilde y pobre, que el salvador de los menesterosos nazca en un establo pone de manifiesto una clara toma de posición a favor de los desprovistos de nombre y de poder, el Magníficat de María habla de la humillación de los poderosos y de la exaltación de los humildes y la noche sagrada del recién nacido no se puede separar de su actividad y de su destino tres décadas más tarde, lleva la señal de la cruz en la frente”.

Estamos invitados a dar noticia de ese Dios cuya venida nos disponemos a celebrar y que es el íntimo, radiante y liberador misterio de nuestra existencia. ¡Feliz Navidad!

LAC


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